Pasando frente a uno de los edificios administrativos de Madrid, mi
atención había sido atraída por un hombre y una mujer, vestidos del uniforme
militar, cada uno de ellos con su arma en las manos. Parecía ser una imagen
cotidiana de cualquier ciudad, si no fuera un mareo inesperado de esta mujer
que le hizo agitarse un poco. Volvió a recuperar su equilibrio en un par de
segundos. Su cara, de una persona cumpliendo su deber militar, en un instante
se ha transformado en una cara de un ser humano, no privada de las emociones.
Su compañero no tardó en sostenerla cogiéndole por el codo, mientras ella con
un sólo gesto le hizo entender que estaba bien. Han pasado nada más que unos
segundos y sus rasgos, con una sóla sonrisa nerviosa que revelaba preocupación,
empezaron a volverse a endurecer, como si tuvieran miedo de reflejar la
debilidad.
No sé como deben actuar los militares en tales situaciones, lo que se
les pueden permitir y lo que no, y no se escuchaba la conversación que
mantenían, pero estaba claro que el hombre, demostrando su preocupación por la
compañera, intentaba asegurarla de quitar el arma y entregársela a él. Tras
algunas dudas bien reflejadas en su rostro, que poco a poco de nuevo volvía a
carecer de emociones, ella finalmente se ha cedido y le ha entregado ese objeto
tan poco femenino... un momento que se me ha grabado en mente, pareciéndome tan
simbólico y emocionante al mismo tiempo. Ya no parecían dos personas de oficio
militar, sino dos seres humanos... un hombre y una mujer.... lo fuerte y lo
frágil...
Esa imagen me hizo reflexionar sobre aquello en lo que muchas veces
pienso a lo largo de estos cuatro años que vivo en un país donde las mujeres
suelen luchar activamente por tener sus derechos a cumplir las mismas funciones
que historicamente suele cumplir un hombre. Lo que sin duda ninguna respeto,
pero no sin esa parte en mí que se opone a una idea de hacer tanto hincapié en
una igualdad que finalmente no resulta nada más que en subrayar las
diferencias, en dividir, en separar y poner distancias entre algo que es tan
naturalmente diverso y similar al mismo tiempo. Y eso que yo misma también
vengo de un sector puramente masculino en el que me ha costado ganar mis posiciones, que exige de mi seguir ciertas reglas
del juego para poder encajar, pero siempre dejo mi “pelota de
fútbol” en los horarios de mi oficio sin llevarla a mi mundo en el que me quito
ese traje de una “mujer que puede con todo” y disfruto de cada uno de mis
momentos... a veces de ser fuerte, a veces de ser vulnerable, porque es ahí,
detras de esa coraza que nos ponemos, viven los sentimientos y emociones que
guardan nuestro verdadero “yo”...
Y sigo pensando en la feminidad que hoy día corre tanto peligro de
perderse en esa lucha incansable en la que tan fácil es perder equilibrio entre
una ambición de demostrar fuerza y necesidad innata de reconocer fragilidad que
había sido engendrada en una mujer por la naturaleza. Cualquier extremo siempre
rompe el equilibrio. Acaso la naturaleza no nos ha creado tan diferentes para
que nos complementemos uno a otro, sin competencias y combates, sin medir fuerzas,
para que convivamos en una armonía de dos mundos creados para enriquecer
formando Uno, no para combatir partiendo en Dos.
Que me perdonen mis compañeras que dedican sus vidas a defender ideas y principios feministas, pero ¿existe algo más bonito que sentirte una mujer fragil arropada de una fuerza de Tu Hombre? Quitar por un instante ese traje de “supermujer”,
dejar fuera, aunque sea por un rato, todas las luchas y batallas, descansar y reposar en sus manos fuertes, cuya ternura nacida de su propia fuerza masculina, irá penetrando en
todo tu ser, calmando, tranquilizando, alimentando, llenando de calor y de energía
vital.
Sin romper el orden natural de las cosas. Eso es, hasta el propio
concepto del orden nos indica lo
diferente que somos y lo bonito y bien pensando que es. El orden masculino es
siempre funcional, pragmático, dinámico, basado en una lógica de la aplicación
y utilización de los recursos, es perfectamente calculable, bien comprensible y
se somete a una lógica interior. Mientras que el orden femenino es más bien
estético, más estático, dirigido a conservar un estado, a cuidar y crear el ambiente,
es más abstracto y organizado por colores, tamaños y otros factores menos prácticos,
es menos compensible, pero más tangible, y es por eso que cuando una mujer
intenta a poner su propio orden en un espacio masculino, rompe el orden natural
de las cosas.
Siempre tiendo a buscar equilibrio, pero no me cansaría de preguntar:
¿existe algo más bonito que desarmarte, quitar todas las corazas y máscaras, y
dejarte cuidar, dejarte querer y dejarte llevar por esa fuerza masculina que no quita, sino deja florecer, aporta y alimenta esa feminidad que vive en cada una de
nosotras? ¿existe algo más deseado que ese abrazo suyo más fuerte? ¿existe algo más placentero que dormir entregándole tu sueño? para que lo
cuide y proteja, mientras tú reposando en ese hombro sólido que huele a paz, no
a guerra...