domingo, 16 de octubre de 2016

Otoño, creación, inspiración...



La magia del otoño se esconde en las lluvias, en ese brillo del sol que sale después de haber estado atrapado por las nubes, en este susurro de las hojas coloradas que acompaña cada paso. El deseo de crear en esta época del año siempre se me hace más incontenible y voy de un lado a otro con esa ansia eufórica que en un momento te pide sacar lienzo y pinceles, en el otro te hace parar frente a una hoja blanca con una pluma en mano. No sé qué es lo que genera y alimenta esta inspiración, sea el frescor otoñal que equilibra la mente o sea ese calor interior que guardas de un abrazo más tierno... pero, este algo, que definitivamente viene desde un mundo invisible y mágico que nos rodea, pide convertir estos momentos en lo eterno. Y no importa lo que creamos, sea un poema, una canción, un relato corto, un cuadro, o unas cuantas líneas que tal vez un día formarán parte de un libro, o sea una avioneta construída del papel, todo será un fruto de esa ola de las cosquillas que de repente embarga el cuerpo avisando de la llegada de la inspiración que puede tomar diferentes formas, icluso más inesperadas.

Cada creación es un mundo. Recuerdo como en los tiempos de mi primera carrera me quedé hechizada por unos caligramas de Guillaume Apollinaire, un poeta francés con raíces eslavas. Mis modestos intentos de darle forma a mis propias estrófas no han tenido éxito pero sí una vez más me hizo reflexionar sobre lo polifacético que es el arte, sobre lo flexible que es la poesía. A lo largo de las décadas en una conciencia eslava Apollinaire existía más bien como un mito, como una leyenda, dado el mínimo acceso a sus textos que no se publicaban. Los lectores podían tener más bien un reflejo que una idea clara de la creación del poéta, igual que de la literatura francesa en general. Criticado por una propaganda soviética y marcado con una estampa de “un poeta que íba deshumanizando el arte”, Guillaume Apollinaire, sin embargo, tuvo sus seguidores entre los poetas rusos que también adoptaron esa forma vanguardista de un verso en figuras. Un simbolista, vanguardista, cubista, futurista, un pintor bohemio, un militar y uno de los literatos más influyentes de los comienzos del siglo XX, puesto en una lista de los apellidos más decadentes, un famoso crítico y un poeta innovador que supo unir la palabra e imágen, es un ejemplo más que nos demuestra que el arte es libre y no puede tener límites.  

Estos días, en una de mis conversaciones iteractivas con mi familia, mi prima me ha preguntado, qué es lo que podría aconsejar para fomentar la creatividad de mi pequeña sobrina prima, una criatura de 13 años cuya infancia se quedará para siempre marcada por unas circunstancias en las que parece no hay sitio ni para poesía, ni para crear, ni para captar inspiración. Pero la mente de un ser humano tiene capacidad de adaptarse a todo... Y yo, dudando mis capacidades pedagógicas y guiándome más bien por mis propias vivencias, lo único que le aconsejo siempre es no impedir, no molestar, no asustar, no dejar pasar esas primeras manifestaciones indecisas de su talento y creatividad... sólo darle la libertad a crear, observar adonde volverá su mirada y seguir este camino, acompañando y apoyando... Por motivos profesionales, muchas veces he podido observar como van cobrando vida los talentos... a veces das una clase y vas notando alguna mirada espiritualizada dirigida al infinito como si fuera adivinando formas de las nubes por el otro lado de la ventana. Y cuantos somos, los pedagogos titulados, que no tardaríamos en hacer una pregunta reveladora a ese alumno “desatento” en vez de pedirle permiso para leer esas estrófas suyas recién nacidas e inspiradas por los rayos del sol. Cuantas tareas y formulas sin resolver habrían podido convertirse en unas formas más perfectas de un nuevo verso... ¿cuántos Apollinaires habrá entre nosotros?




2 comentarios: