La magia del otoño se esconde en las lluvias,
en ese brillo del sol que sale después de haber estado atrapado por las nubes,
en este susurro de las hojas coloradas que acompaña cada paso. El deseo de
crear en esta época del año siempre se me hace más incontenible y voy de un
lado a otro con esa ansia eufórica que en un momento te pide sacar lienzo y
pinceles, en el otro te hace parar frente a una hoja blanca con una pluma en
mano. No sé qué es lo que genera y alimenta esta inspiración, sea el frescor
otoñal que equilibra la mente o sea ese calor interior que guardas de un abrazo
más tierno... pero, este algo, que definitivamente viene desde un mundo
invisible y mágico que nos rodea, pide convertir estos momentos en lo eterno. Y
no importa lo que creamos, sea un poema, una canción, un relato corto, un
cuadro, o unas cuantas líneas que tal vez un día formarán parte de un libro, o
sea una avioneta construída del papel, todo será un fruto de esa ola de las
cosquillas que de repente embarga el cuerpo avisando de la llegada de la
inspiración que puede tomar diferentes formas, icluso más inesperadas.
Cada creación es un mundo. Recuerdo como en
los tiempos de mi primera carrera me quedé hechizada por unos caligramas de Guillaume Apollinaire, un poeta francés con raíces
eslavas. Mis modestos intentos de darle forma a mis propias estrófas no han
tenido éxito pero sí una vez más me hizo reflexionar sobre lo polifacético que
es el arte, sobre lo flexible que es la poesía. A lo largo de las décadas en
una conciencia eslava Apollinaire existía más bien como un mito, como una
leyenda, dado el mínimo acceso a sus textos que no se publicaban. Los lectores
podían tener más bien un reflejo que una idea clara de la creación del poéta,
igual que de la literatura francesa en general. Criticado por una propaganda
soviética y marcado con una estampa de “un poeta que íba deshumanizando el
arte”, Guillaume Apollinaire, sin embargo, tuvo sus seguidores entre los poetas
rusos que también adoptaron esa forma vanguardista de un verso en figuras. Un
simbolista, vanguardista, cubista, futurista, un pintor bohemio, un militar y
uno de los literatos más influyentes de los comienzos del siglo XX, puesto en
una lista de los apellidos más decadentes, un famoso crítico y un poeta
innovador que supo unir la palabra e imágen, es un ejemplo más que nos
demuestra que el arte es libre y no puede tener límites.
Estos días, en una de mis conversaciones
iteractivas con mi familia, mi prima me ha preguntado, qué es lo que podría
aconsejar para fomentar la creatividad de mi pequeña sobrina prima, una
criatura de 13 años cuya infancia se quedará para siempre marcada por unas
circunstancias en las que parece no hay sitio ni para poesía, ni para crear, ni
para captar inspiración. Pero la mente de un ser humano tiene capacidad de
adaptarse a todo... Y yo, dudando mis capacidades pedagógicas y guiándome más
bien por mis propias vivencias, lo único que le aconsejo siempre es no impedir,
no molestar, no asustar, no dejar pasar esas primeras manifestaciones indecisas
de su talento y creatividad... sólo darle la libertad a crear, observar adonde
volverá su mirada y seguir este camino, acompañando y apoyando... Por motivos
profesionales, muchas veces he podido observar como van cobrando vida los
talentos... a veces das una clase y vas notando alguna mirada espiritualizada
dirigida al infinito como si fuera adivinando formas de las nubes por el otro
lado de la ventana. Y cuantos somos, los pedagogos titulados, que no
tardaríamos en hacer una pregunta reveladora a ese alumno “desatento” en vez de
pedirle permiso para leer esas estrófas suyas recién nacidas e inspiradas por
los rayos del sol. Cuantas tareas y formulas sin resolver habrían podido
convertirse en unas formas más perfectas de un nuevo verso... ¿cuántos
Apollinaires habrá entre nosotros?
Me ha gustado mucho. Gracias.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias a ti por leer.
EliminarUn saludo