martes, 22 de noviembre de 2016

Claves

Las pérdidas nos enseñan no sólo valorar el momento, sino igualarlo a una vida entera. Lo mismo vale una hora que un día, si has saboreado cada minuto sintiendo. Sólo tras perder todo aprendemos a amar incondicionalmente y libres de esperanzas. Qué más se puede desear cuando a cambio de aquello lo que hemos perdido se nos habían sido entregadas las instrucciones para ser verdaderamente felices. 

lunes, 21 de noviembre de 2016

Cuando la magia nos habla



El día comenzó gris, con ataques y golpes por todas partes, de esos que parece lo único que quieren es quitarte una sonrisa.  Iba resistiendo. Seguían y parecían ganando, envolviéndome en ese aire que tenía secuestrado hasta el sol. Iba caminando, casi corriendo, a la velocidad de los pensamientos del mismo color gris que se apoderaban de mi mente. Pocas veces llego a sentirme tan vulnerable frente al vorágine diario que hoy parecía acumular nada más que  tensiones. Las tareas se iban amontonando, las soluciones tardaban en llegar, las preguntas superaban las respuestas, convirtiéndose en una bola de nieve que parecía no tener fin... hasta el momento cuando me ví parada en un semáforo de la rotonda que atravieso diariamente, que esconde una de esas maravillas que no sabes ni quien ni por qué lo ha creado, pero parecen ser uno de esos divinos mensajes predestinados para quien lo necesite: un letrero anónimo que consta que “Todo va a ir bien”. 

Todos los días de todas las semanas y meses que llevo viviendo en esta ciudad no dejo de echar una ojeada a estas palabras mágicas que tranquilizan, calman, acarician, animan e inspiran para seguir adelante. Todos los días, salvo hoy, cuando ahí, esperando una señal verde para cruzar la calle, estas palabras me parecieron una burla y, por primera vez en estos años, no quise echarles caso ninguno. Todos conocemos esos momentos de bajón importante cuando las manos se te bajan por si mismas, cuando todo parece ir en contra. Y ahí estuve yo, parada por malos pensamientos, con una mirada dirigida al asfalto y ni me he dado cuenta de hacer un gesto cerrando mi cara con las manos... cuando de repente he oído una voz diciendo: 

-              Todo va a ir bien, no te preocupes...

Más que sorprendida, he girado la cabeza y he visto a una señora anciana de pelo gris, vestida de un abrigo rojo y una gorrita graciosa, que me estaba mirando con una sonrisa de esas que te penetran en el corazón llenándolo de alegría y paz. Ha conseguido lo imposible en menos de un segundo... he sonreído:

                  Piensa Usted que sí? – le he preguntado con una voz llena de esperanza como si ella fuera una dueña de algún secreto universal que acabo de rozar.

-             Seguro que sí, con esos ojitos no puede ser de otra manera, hija. Todo va a ir bien, mira por ahí, ¿ves? - ha señalado con la mano ese letrero mío. Tanto cariño había en esa voz desconocida. Me he sorprendido, nunca he visto a nadie fijarse en ese cartel, y ahora, en ese preciso instante cuando por primera vez me he negado a mirarlo, aparece alguien que me hace recordar, creer, confiar y tener fé en esas palabras mágicas con las que me he reconciliado en un segundo.

– Gracias... a veces se necesita tanto que alguien te lo recuerde. – dije yo con tanto agradecimiento, dándome cuenta de que el día gris ya se ha llenado del sol que ha salido entre las nubes y ya estaba inundando la calle con luz.

Seguí caminando... con una sonrisa que no se me iba de la cara. Me sentí parte del universo que en ese preciso instante me habló, me sonrió, me echó su mano y me hizo levantar la cabeza con alegría y paz interior, porque sabía que todo va a ir bien. Y en ese momento me pregunté: ¿cómo era posible que me había dejado llevar por esos momentos de debilidad? ¿cómo es que no me dí cuenta de lo bonito que era el día? Todos somos humanos y hay días en los que más que nunca necesitamos una señal, una palabra, una mano, ese abrazo cariñoso que aunque sea invisible pero sabes que siempre está y te calienta el corazón... para poder seguir caminando, afrontando las lluvias y tormentas, pintando esos cielos grises de los colores vivos, sintiendo cada momento, viviendo días como si fueran versos, porque cada uno es único y esconde esa magia que nos sabe hablar, porque cada uno de ellos merece ser vivido... con una sonrisa. 


domingo, 20 de noviembre de 2016

Hoy llueve...

Hoy llueve sin parar. Llueve frío. Limpio. Calmante. Transparente. Demasiado transparente para un día gris que amenaza ver todo con tanta claridad que asusta. Hoy estaba pensando en ipocondría, ese miedo por tu salud que de repente te invade como una señal de la inseguridad vital, cuando detrás de un miedo por tu estado físico se esconden los miedos más profundos que niegas a sacar a la superficie. El cuerpo suele somatizar, así se opone a nuestra mente, así nos avisa, nos alarma, nos ruega que nos querramos más, que nos cuidemos como un tesoro que solemos abandonar en esas permanentes luchas diarias que afrontamos y que no tienen ningún sentido si perdemos lo escencial y lo más importante: la salud. Pero, en realidad, no hay nada más sano que los miedos ipocondriacos, significan que te preocupas por ti, y es ese miedo que genera autodefensa y acumula todas tus fuerzas para proteger tu físico, te obliga a cuidarte, poniéndolo en prioridad. Lo realmente peligroso y alarmante es dejar desapercibidos esos señales corporales, no hay nada peor que indiferencia, sobre todo, respecto de ti mismo. Pues bendita sea la ipocondría, siempre nos obligará a estar pendientes de nuestro bienestar, siempre nos asegurará oír esa voz de nuestro "yo" interior que muchas veces rechazamos sin darnos cuenta de sus necesidades. Hoy llueve sin parar. Llueve como en mis tierras. Llueve frío. Calmante. Limpio. Prometedor. Lueve... para que luego estemos más agradecidos a los rayos del sol que no tardarán en inundarnos el alma.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

"La cura" (Te voy a cuidar)

Hay canciones que desnudan el alma, que nacen del amor más puro y se disuelven en el tiempo para cobrar vida en cada corazón que ama, una de las más bellas es de Franco Battiato "Te voy a cuidar"...

Te protegeré de los miedos, de las hipocondrías
de las tormentas que irás encontrando en tu camino
De las injusticias, de los engaños de tu tiempo
de las caídas que por tu naturaleza sueles atraer
Te salvaré de los dolores, de tus cambios de humor
de las obsesiones, de tus manías
Superaré las corrientes gravitacionales
el espacio y la luz
para no dejarte envejecer
Te curaré de cada uno de tus males
porque eres un ser especial
y yo, te voy a cuidar


Vagaba por los campos del Tennessee
Cómo había llegado? quién sabe
No hay flores blancas para mí
Más veloces que águilas mis sueños

atraviesan el mar

Te traeré sobre todo el silencio y la paciencia 

Para recorrer juntos los caminos que llevan a la esencia
Los perfumes de amor embriagarán nuestros cuerpos,
la bonanza de agosto no calmará nuestros sentidos
Tejeré tus cabellos como trenzas de mi canto
Conozco las leyes del mundo y te las regalaré
Superaré las corrientes gravitacionales
el espacio y la luz 

para no dejarte envejecer
Te salvaré de cada una de tus locuras
porque eres un ser especial 

y yo siempre te voy a cuidar, sí te voy a cuidar

domingo, 13 de noviembre de 2016

Porque les apetecía bailar...



Esos momentos que raptan atención... Una de esas caminatas meditativas mías que suelo dar por un bonito parque deportivo he contemplado a una pareja que... estaba bailando. Un ramito de flores a su lado decía que no era ninguna otra cosa que un impulso de dos enamorados que estaban dando vueltas en un vals, porque les apetecía... improvisando, sin compás, dando pasos que parecían latidos de sus dos corazones formando uno. Veía la gente pasar sin darse cuenta de que eran testigos de la magia de la vida. Pues, ¿qué es la vida si no son esos momentos en los que dejamos que la felicidad fluya por nuestras venas? ¿qué es la felicidad si no son esos instantes en los que rozamos el infinito? ¿qué es lo infinito si no son esos momentos en los que se para el tiempo?      

sábado, 12 de noviembre de 2016

Días marcados





Hoy pienso en las guerras y en aquellas destrucciones desde fuera invisibles que a cada uno de los hogares llevan consigo, dejando nada más que una incertidumbre y una paz destrozada en pedazos. Hoy día, de un entorno de mi vida de antes, mi otra vida, no conozco a ninguna familia, incluyendo la mía, cuya vida no habría sido dividida en un “antes” y en un “después”. Cada historia es diferente pero una cosa la tenemos todos en común: una comprensión de que la vida y la salud son lo que se debe agradecer diariamente, el resto es una ilusión efímera de la estabilidad. Hoy, el día, cuando me he dado cuenta de que no hay vuelta atrás a aquellos sitios donde no se ha quedado nada más que unos trozos bombardeados de recuerdos. En cualquier caso, dicen que todo final es un comienzo, al menos pensar así tranquiliza y mientras que estemos vivos siempre miraremos para adelante...
 "Lo único de lo que hay que tener miedo en este planeta es de un ser humano" Carl Gustav Jung.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Ecos de la decadencia



El frío otoñal ha llegado sin avisar. Y aquí estamos en estos días acogedores que invitan a entregarte plenamente a contemplar pensamientos o a aprovechar para darles forma para que un día por fin puedan llegar a ver la luz, o más bien reposar en una sombra de las realidades a las que finalmente me atreveré a tocar en voz alta. Por más que vaya avanzando en mis esbozos, voy contemplando este proceso místico que es escribir, que requiere un estado, tanto emocional como mental, muy especial y receptivo. 

En mis momentos de estos días me ha hecho una buena compañía un precioso libro “Biografía del Silencio” de un sacerdote y escritor madrileño Pablo d'Ors en el que me he tropezado con una bonita comparación del proceso de meditación con algo que los chinos llaman wu wei lo que significa hacer no haciendo. Podría ser una perfecta definición de lo que es escribir que casi parece ser un auténtico meditar: “Wu wei consiste en ponerse en disposición para que algo pueda hacerse por mediación tuya, pero no hacerlo tú directamente, forzando su arranque, desarrollo o culminación. Lo único necesario para esa entrega es estar ahí, para captar de este modo lo que aparezca, sea lo que sea”. 

Escribir requiere un esfuerzo, tiempo y valentía para poder desnudarte ante un esperado y deseado lector, pero también requiere un enorme atrevimiento para poder aguantar esta mirada que vas dirigiendo hacia dentro de ti, sumergiéndote en las realidades y verdades más profundas de tu ser, obligadas a ser rescatadas para dar materia y veracidad a tus juicos. Tanto tiempo iba a ponerme a escribir lo que hoy día decido sacar a la suferficie, tantas veces iba buscando unos párrafos menos “peligrosos” para cumplir con el compromiso conmigo misma pero sin caer en los estados que al tratar unos temas de semejante dureza parecen ser inevitables, pero lo dejaba cada vez nada más que al comenzar. Dicen que es difícil aguantar una mirada firme y directa del otro, yo diría que lo más difícil es aguantar mirarte a tus propios ojos y ser sincero contigo mismo, sacar del fondo las realidades que cuesta aceptar. Sigo afrontando momentos en los que se quiere dejar el bolígrafo, los impulsos de negación y rechazo de hablar lo que preferiría callar, momentos de la lucha interior provocada por mi positivismo innato que insiste en quitar de mis líneas ese toque decadente que matiza mis páginas de color de los cielos lluviosos de los días otoñales

Es curioso que por más que leo a los escritores decadentes en los que tal vez encuentro una especie del consuelo, más creo comprender la naturaleza de estos estados míos, de estas transformaciones interiores que voy observando en mí a cada paso. Igual que cualquier percepción del mundo marcada por la decadencia, toma sus raíces iniciales en la abundancia y la saciedad, así creo y esas rachas mías (que no sé bien si son provocadas por las vibraciones del otoño o son algún rasgo característico o costumbre que se me ha quedado de recuerdo de mis tierras) vuelven su mirada hacia aquellas etapas de mi vida en las que todo se estaba moviendo, al fin y al cabo, entorno de la satifacción de mis propios deseos y necesidades. Pero como nos suele pasar a todos, incluso en aquellas etapas despejadas no siempre me conformaba con lo que tenía y con lo que estaba a mi alcance para disfrutar plenamente, hasta el momento cuando el equilibrio ya se había sido perdido junto con esa estabilidad ilusoria que nos hace pensar que así va a seguir siendo siempre, hasta cuando de repente, un día, nos despertamos frente a una abrumadora realidad del presente que se distingue radicalmente de lo pasado

Y es cuando, sea como sea, acumulando las últimas fuerzas, comenzamos a agarrarnos mentalmente a lo que ya no está, renunciando aceptar un hecho de que en realidad no todo se somete a nuestro control. Vivimos nuestras vidas firmamente creyendo en que todos nuestros esfuerzos se convierten en un sólido fundamento que nos servirá de una buena garantía de la seguridad en el día de mañana. Y así seguimos hasta el momento cuando, muy inesperadamente y sin que nadie nos avisara, ya no tenemos otro remedio que asumir que las circunstancias a veces pueden llegar a ser más poderosas que nosotros. Y es entonces cuando viene el miedo, cuando tomamos conciencia de lo que cualquier cosa que hagamos o consigamos, y por más firme que nos parezca este fundamento que contruimos para nuestro futuro con tanta persistencia, no existen ningunas garantías de que una tormenta de las circunstancias vitales no romperá en añicos todo aquello por lo que hemos luchado, sin dejar ni unos trozos de los que podríamos reconstruir al menos algo parecido a lo que nuestra vida era. 

La literatura nos ofrece múltiples ejemplos de un tal “héroe decadente” cuya decaída mental toma sus raíces en las etapas extremadamente hedonistas de su vida, luego se produce un momento crítico que llega a ser un punto crucial que provoca cambios en su percepción del mundo. Pero, tal vez, esas tendencias decadentes no es una crisis de un modo de pensar en sí, como parece a primera vista, sino un modo de pensamiento que refleja el estado crítico en el que se encuentra el mundo exterior que le rodea. En algún sentido, es un modelo especial de un mundo interior, un conjunto complejo del espíritu y de los estados de animo, un conjunto bastante heterogéneo, pero no privado de la unidad interior, que en fin es nada más que una reacción de autodefensa.

Lo mismo pasa con el decadentismo como un concepto cultural,  un fenómeno universal que se puede desarrollar en algún momento en cualquier sociedad, en cualquier cultura, todos pueden coger esta enfermedad de la sobresaturación. Y no se puede prever ni el momento exacto, ni el año, ni una década... la historia muestra que cualquier fenómeno manifestado en el tiempo en algún u otro momento queda marcado por una estampa de la decadencia. Sus picos siempre suelen coincidir con los momentos transitorios y son estas etapas frágiles que se convierten en un suelo fértil para los estados de animo decadentes que una vez penetran en el fondo de un pensamiento, revuelven todo, estipulan su propio órden y ponen en marcha una profunda revisión de valores. En otras palabras, una sociedad comienza a sentir necesidad en la decadencia cuando una época ya ha consumido todas sus posibilidades y la otra todavía no ha nacido, cuando todo lo pasado no se ha destruído por completo y todo lo nuevo, lo vivo, no se ha creado y no se ha consolidado aún.   

Pués tal vez es una especie de la reacción de defensa psicológica a un vacío que aparece entre estos dos puntos en una coordenada de la vida? Sabemos que en el fondo de cada visión decadente está el rechazo de la realidad, aquel famoso rechazo por el que los críticos tantas veces reprochan a los clásicos más decadentes. Pero, sea como sea, lo más importante es que en el fondo de este rechazo, a pesar de ser un acto más destructivo para él que lo genera, no está una protesta como un objetivo propio, no es un rebelión por rebelíon, sino tal vez nada más que lo trágico de la percepción hipersensible del mundo de aquel que tarda en digerir (o aceptar) lo absurdo de la existencia humana. No obstante, todos tendemos a sobrevalorar los sucesos dramáticos cuando no queda otra cosa que convertirlos en algo que supuestamente nos debe llevar a otros niveles de la autoconciencia y la comprensión.

Así son las reflexiones con el sabor a otoño que en estos días soleados como hoy no deja de ser bonito e inspirador...