Entre tantos vorágines, prisas, entre tanto
estrés y tareas para cumplir, ideas para realizar, palabras sin decir, miedos a
enfrentar... vemos a los dos, padre e hija, caminando entre los árboles, en un
parque de la ciudad X, llamada así porque ya no existe. Hacen este recorrido
cada vez que la hija le hace una llamada diciendo: “Papá, ya no aguanto más.
Tan agotada estoy que me duele todo”. Lo primero que hace el padre al terminar
sus asuntos, es meter a un pequeño "medioperro" en el coche y le va a
recoger a ella... que nadie sabe ¿por qué y cómo? pero ha salido hecha toda una
sensibilidad que hace posible ver mariposas invisibles, pero también agudiza
los dolores.
Ahí, mientras van acumulando pasos por las alamedas
recién florecidas, esta vez hablan sobre algo importante: la hija ha decidido
marcharse lejos, “borrar unos dos años de su vida” como dice el padre, porque
entiende que no es ella quien pueda enfrentarse a semejantes retos, pero sabe
bien, que lo va a hacer, porque si no, no se va a perdonar nunca no haberlo
hecho. En fin, será nada más que una experiencia, siempre va a tener esa puerta
abierta para dar un paso atrás. Pensar así le tranquiliza, porque no sabe que
dentro de poco, la puerta se cerrará para siempre. Si lo hubiera sabido, lo
habría hecho todo de otra manera. Pero es el error que hacemos todos al
pensarnos capaces de controlarlo todo, y cuando todo sale fuera del control,
nos pilla por sorpresa rompiendo por completo nuestra imágen ilusoria de un
mundo seguro y estable.
Sobre una montaña Moro de Toix, en Calpe,
crecía un árbol... mi árbol... plantado encima de la lanura del cumbre, tan
sólo y solitario que nadie de los atraídos por su belleza que subían para verlo
desde más cerca, se atrevían a quedarse, asustados con un inmenso desgaste
físico y emocional que suponía cuidarlo, con una inmensa soledad, profunda y
fría, que le rodeaba ahí, sobre el cumbre, donde atacado por unas tormentas,
seguía floreciendo, de mes en mes, de año en año, porque sólo desde ahí, desde
encima, podía contemplar el paisaje más bello, más abierto, lleno de poesía,
libre de todo lo terrestre y material, donde podía tocar las estrellas antes de
soñar y acariciar el sol al despertarse. Cuando llegué un día, el árbol ya no
estaba, será que no aguantó una de las tormentas. No lo sé. Pero sé que cada
uno de esos días del sol y de lluvias, estuvo feliz viendo mares y horizontes
sin límite. La gente lo llamaba “el árbol de esa jóven de ojos verdes, que íba
y venía, venía e íba"... que también un día dejó de venir a esa ciudad de
los flamencos rosos.
En este mundo de los fuegos artificiales, en
una época de la abudancia equivocada, vivimos en los tiempos del mayor déficit
y minimalismo que va despreciando todo lo sentimental, lo emocional, lo
espiritual, lo sensible... casi convertido en un eslabón más flojo y condenado
a romperse. ¿Será verdad que todo lo sensible es vulnerable? ¿O, tal vez, será
que es tan fuerte que se atreve a sentir? Dicen que para quedarse en pié hay
que dejar aparte los sentimientos. Lo racional siempre se gana más privilegios
por lo seguro y cómodo que parece ser, hasta el momento cuando nos damos cuenta
de que por precio de una comodidad, hemos vendido lo más valioso que
teníamos... nuestro “yo” que sabía volar. Pero, a pesar de saber que en nuestro
mundo pragmático las acciones de lo sensible tienen riesgo de caer en default,
seguir invertiendo y apostando por sentir, parece ser una única vía de caminar
sin perdernos por el camino.
Tan sensible y emocional como tú. gracias por compartir.
ResponderEliminarUn beso
Gracias a ti por sentir mis líneas.
EliminarUn beso