lunes, 9 de enero de 2017

Pensar sin fronteras



Pensaba hoy que donde historicamente no había un conflicto reciente, la noción de las diferencias étnicas no se alimenta ni se cultiva en las mentes, y, por tanto, no cobra fundamento para ser fruto de la sobreinterpretación en la conciencia de una nación, ni para coger sus peores formas. A cambio, los territorios marcados por pluriculturalidad y, para complicar más el asunto, por plurilingüísmo, los territorios que desde los tiempos más remotos representan un tal conglomerado inmigratorio, cuya conciencia y mecanismo de identidad “amenazada” funcionan en el modo de “conservar” lo suyo, se oponen naturalmente a absorber más elementos ajenos, viviendo en un constante “estado de alarma” que se hereda de la generación a generación. 


No lo he tenido nunca en cuenta, tras haber nacido en un territorio que después de un largo período de presión ha tenido sed del contacto con el mundo de fuera. Siempre recuerdo esa curiosidad a todo lo extraño y, por tanto, atractivo, cualquier extranjero se igualaba a un portador de una nueva información y conocimiento, independientemente de la parte del mundo de la que procedía. Tal vez por eso, a nosotros, hijos de la última década del régimen soviético, que hemos conocido tanto las prohibiciones como exceso de la libertad, nos cuesta aceptar que existen tierras tan cansadas de la “invasión” que, ni más ni menos... simplemente no son receptivas. Que si incluso dentro de lo suyo tienden a poner fronteras cómo podíamos ser tan ingénuos esperando que a nosotros nos abrirían puertas. Y menos aún ahora, cuando la desigualdad, en ciertos sentidos, parece estar de moda. 


No obstante, la culpa también la tenemos nosotros, cuando en vez de invitarles a compartir nuestros bienes, vivíamos nuestra felicidad hermética guardándola para nosotros. Y ahora, cuando nos la han quitado, nos hemos puesto en plan rebelión, gritando para que nos oigan pidiendo ayuda. Pero es que el dolor siempre cobra voces, mientras que la felicidad prefiere guardar silencio, para que no se escape. Así de bien nos íba antes, aunque tan poco lo valorabamos, y así de imprevisible nos va ahora. 


Y entiendo que tampoco da mucho sentido alzar la voz procediendo de las tierras hoy día más polémicas que van rechazando miembros de su propia familia. Pero, acaso nadie hoy día puede salvarse de este virus que empieza a afectar a los más débiles, pero es que ni los más fuertes están bien vacunados de ello. Y es cuando intentamos advertirles, pero claro está... en vano, desde la altura del bien la desgracia de lo minoritario ni se ve ni se escucha, es algo natural, también nosotros no habríamos escuchado si alguien nos hubiera advertido del humo que no percibíamos, y por ello nos dimos cuenta cuando ya nos vimos en el medio del fuego. Y peor aún, que estamos viviendo, sin darnos cuenta, en una época de las guerras más astutas y silenciosas que penetran en las mentes y efectuan todo su mal con las manos inocentes que acaban siendo culpables, como no, aunque el mayor peligro siempre esconde sus verdaderas caras. Poseer conciencia de las masas siempre ha sido una de las armas más potentes y destructivas. Y nuestros días disponen del suelo más favorable para cultivar mecanismos para hacerlo.


Pues, tal vez se trata de unificar, a pesar de todas las tendencias, aquella cantidad de gente pensadora, de los intelectuales concientes y solitarios en sus consideraciones, o unidos en un espacio limitado desesperados en su resistencia implacable. Tal vez no deberíamos privarnos de las ilusiones pero sin caer demasiado en ellas, siempre y cuando buscando un sostén en nuestra propia fé en lo que hasta que al menos en nuestra conciencia representamos una oposición, no perderemos nuestra identidad, que fuera de todas las estampas y pasaportes, ante todo, es humana, independenemente del color de nuestra piel y de la lengua que hablamos. Aunque siempre es importante recordar que en cualquier forma de oposición, llega el momento de una tentación de perder equilibrio dentro del mismo rebelión y caer, sea en un consentimiento total o sea en un rechazo absoluto. Ni uno ni otro suele acabar bien. Una herencia escrita, de la que podríamos aprender sobre el asunto, nos dejó Albert Camus que en su “Hombre rebelde” claramente expuso todas las formas de un semejante rebelión, sea metafísico, histórico o literario.   

Nosotros tenemos una suerte de vivir en una época que (todavía) nos ofrece todos los recursos para actuar libremente, aunque recordando una buena definición que dió Sartre a la libertad diciendo que no es nada más que la libertad de eligir una manera de luchar por liberación, una persona que se pone de espaldas a su propia época está completamente determinada por ella, pues tal vez deberíamos preocuparnos por no desperdiciar todos los privilegios otorgados y confiados a nosotros por esta época que nos ha tocado. Y, como no, ojalá supieramos sacar lecciones de nuestros antepasados y en vez de seguir creando fronteras y repartiendo tierras y lenguas, nos echaríamos una mano uno a otro para intercambiar, aprender, enriquecernos y para que juntos nos hagamos más fuertes y resistentes. 


Porque, en fin, no se trata de aumentar el mal del mundo eligiendo entre las sociedades, sería dar una vuelta y regresar a los valores nacionalistas en su representación más arcáica, sino que se trata de intentar dialogar donde se guardaba silencio, de escuchar donde deliberadamente se cerraba los oídos, de echar una mano donde se necesita, de darnos cuenta de que todos nosotros, en nuestra escencia humana, somos iguales y vivimos nuestras vidas persiguiendo los mismos objetivos vitales.

2 comentarios:

  1. Extraordinaria reflexión llena de sabiduría y una intelectualidad poco común. Gracias por compartir.
    Un beso...

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    1. Gracias por dedicar un rato a estas ráfagas de pensamientos.
      Un beso

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