martes, 26 de diciembre de 2017

Lluvia de pensamientos...

Anoche estaba lloviendo un poco. Igual que poco a poco algo de melancolía se apoderaba de mi mente. Mientras los cambios climáticos los percibimos como algo natural, los cambios del estado de ánimo nos suelen parecer algo extraños e incontrolables. Somos todos fruto de nuestros pensamientos que fluyen de un lado a otro en busca de ese refugio acogedor donde acomodar el corazón que desea sentirse tranquilo y seguro. También somos fruto de nuestras experiencias vividas que van marcando nuestros comportamientos y se reflejan en una mirada que expresa miedos e inseguridades. Pensaba que cumplir años significaba hacerse sentir más segura, pero, curiosamente, menos segura me siento tras hacerme mayor. Tal vez porque esa inseguridad la buscamos fuera, en vez de buscarla dentro de nosotros?  

Estos días me he visto ser capaz de mucho más de lo que podía imaginar. He conseguido montar un mueble de dos metros de altura, con el martillo y destornillador en manos, con la paciencia y fuerzas encontradas dentro de mis propias inseguridades. No pensaba que iba a poder, no lo pensaba hasta Ikea que en la primera página de las instrucciones del montaje advierte de que no se puede montarlo sólo. Por qué no confiamos en nuestras propias fuerzas? Cómo podemos confiar en los demás si no confiamos en nosotros mismos?  


En estas fechas que esconden riesgos de dejarse llevar por esa tristeza melancólica, trato de Sentir en vez de Pensar, para no dar riendas sueltas a esos miedos e inseguridades míos, a esa mente e imaginación capaces de hundirnos emocionalmente en cuanto dejemos de guiarnos por lo que sentimos. Por mi propio bien. Por el bien de aquellos a los que quiero con todo mi corazón que desea que se sientan tranquilos y seguros. 







jueves, 21 de diciembre de 2017

Me permito...

Me he permitido sentir las fiestas. Esas que siempre me llenaban de las emociones y del calor especial. Ahora son distintas las circunstancias, pero me permito sonreír al aroma de pino que se me asocia con el hogar, a pesar de ser el olor de una velita aromatizada que huele a ese árbol que solíamos poner en casa, de prisa, los últimos días del año. No puedo ponerle las luces navideñas y una estrella encima, pero me permito sentir una emoción. 

Dialogando conmigo misma, me doy cuenta de que las emociones que siento, se dividen en las que me permito sentir y las que no. Acaso no nos sentimos felices porque no nos permitimos serlo? Por qué solemos posponer el disfrutar para alguno de esos momentos "ideales" que creemos llegar a tener? Por qué nos dejamos sin un regalo que merecemos hacernos, por un simple hecho de no haber conseguido los objetivos que nos habíamos puesto? Somos tan exigentes con nosotros mismos que nos llegamos a castigar? Y si tan hábiles somos en manejar los razonamientos, por qué no nos prohibimos a sentir lo que más daño nos hace?  

Creemos caminar por la vida viviendo controlados por nuestra mente, hasta que el corazón tome el mando, hasta que los sentimientos derrumben el castillo hecho de los razonamientos, como derrumbe el viento el castillo de arena. Somos más lo que sentimos, que lo que pensamos.  


Tal vez la clave de tener está en darnos cuenta de que merecemos tener aquello con lo que soñamos.  Yo soy más de castigarme que de complacer. Y sólo ahora, sentada cómoda en mi sofá viendo una película, me doy cuenta de ese castigo que me estaba pegando a lo largo de los cinco años. Los cinco... Y cuantos castigos nos pegaremos más si no decidimos cambiar nuestro modo de tratarnos por un profundo querer que merecemos, que nos debemos... a nosotros mismos.  



miércoles, 20 de diciembre de 2017

Ser "yo"...

Si "escribir" es un acto de conversar desde el interior, pues el "no escribir" a veces significa renunciar el diálogo consigo mismo. Igual que un lienzo blanco que decidimos dejar abandonado en la esquina hasta ese momento en el que las emociones se convierten en unas formas cuidadosamente acariciadas por la suavidad de un pincel, se quedan en blanco las hojas en la espera de encontrarse con unas líneas, estrofas o aunque sea un par de palabras dictadas por el corazón. 

Estos días me he prometido recuperar la costumbre de ir apuntando mi sentir para intentar llenar los vacíos que van marcando mi camino sin rumbo fijo. Como quien se prepara mentalmente por la mañana a quitar una manta, levantarse de la cama y exponer su cuerpo al frío desgarrador que congela hasta lo más profundo del alma, nos preparamos emocionalmente para nuestro día a día que esconde abismos en los que tenemos riesgo a caer al pisar el suelo poco firme debajo de nuestros pies. Aquí es donde el escribir puede echarnos esa mano que necesitamos para no sentirnos tan solos en el mundo entero como lo somos en realidad. Siempre tenemos ese "yo" nuestro acompañándonos a cada paso, y ahí sigue siempre,  a pesar de que a veces lo rechazamos, lo renunciamos, lo regañamos, o hasta preferimos huir de él, hasta que nos demos cuenta de que no es posible escapar de sí mismo. 


Vamos buscando los caminos que nos llevarían a conquistar unos nuevos escalones de la espiritualidad, deseando hallar secretos de los más sabios, sin darnos cuenta de que el verdadero secreto del desarrollo espiritual se esconde en las superficies de lo más cotidiano. Experimentar cada sentimiento que nos ofrece la vida. Sea una caricia llena de ternura, un dolor lleno de desesperación, un tímido echar de menos, una silenciada nostalgia, un callado sufrir o una plena felicidad del momento que desea ser atrapado para no soltarlo nunca. Vivir sintiendo... una de las cosas más maravillosas y dolorosas al mismo tiempo, que tanto nos puede subir a las cumbres de la felicidad más pura, como dejarnos caer rompiendo lo más frágil que llevamos dentro... nuestro corazón.    

Y así comienzo mi mañana, prometiéndome a mí misma ser "yo", a pesar de que duele tanto a veces.