jueves, 21 de diciembre de 2017

Me permito...

Me he permitido sentir las fiestas. Esas que siempre me llenaban de las emociones y del calor especial. Ahora son distintas las circunstancias, pero me permito sonreír al aroma de pino que se me asocia con el hogar, a pesar de ser el olor de una velita aromatizada que huele a ese árbol que solíamos poner en casa, de prisa, los últimos días del año. No puedo ponerle las luces navideñas y una estrella encima, pero me permito sentir una emoción. 

Dialogando conmigo misma, me doy cuenta de que las emociones que siento, se dividen en las que me permito sentir y las que no. Acaso no nos sentimos felices porque no nos permitimos serlo? Por qué solemos posponer el disfrutar para alguno de esos momentos "ideales" que creemos llegar a tener? Por qué nos dejamos sin un regalo que merecemos hacernos, por un simple hecho de no haber conseguido los objetivos que nos habíamos puesto? Somos tan exigentes con nosotros mismos que nos llegamos a castigar? Y si tan hábiles somos en manejar los razonamientos, por qué no nos prohibimos a sentir lo que más daño nos hace?  

Creemos caminar por la vida viviendo controlados por nuestra mente, hasta que el corazón tome el mando, hasta que los sentimientos derrumben el castillo hecho de los razonamientos, como derrumbe el viento el castillo de arena. Somos más lo que sentimos, que lo que pensamos.  


Tal vez la clave de tener está en darnos cuenta de que merecemos tener aquello con lo que soñamos.  Yo soy más de castigarme que de complacer. Y sólo ahora, sentada cómoda en mi sofá viendo una película, me doy cuenta de ese castigo que me estaba pegando a lo largo de los cinco años. Los cinco... Y cuantos castigos nos pegaremos más si no decidimos cambiar nuestro modo de tratarnos por un profundo querer que merecemos, que nos debemos... a nosotros mismos.  



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