lunes, 12 de marzo de 2018

Caer duele...

La vida fluye constantemente. Y para los que vivimos esclavos de la hipersensibilidad, lo que unos llaman el fluir de la vida, para nosotros se convierte en una cadena de los altos y bajos difíciles de superar. Hoy día lo tengo más que claro: sentir duele.   

La trampa de un sentimiento está en lo que por más profundo que sea tu sentir, más peligro corremos de caer desde las alturas de lo más efímero, y más dolorosa será esa caída: caer duele.  

No caer en una trampa de pensar que "tenemos", no confiar en la felicidad del momento, no ilusionarnos de nada, no abrirnos por dentro hasta que estemos seguros de poder confiar, o, tal vez, la clave simplemente está en no tener, para no llegar a perder nunca: perder duele.  
  
Cada uno tenemos una noción diferente del amor. Y solo los que sin pensar cedemos el espacio de nuestro corazón para que lo ocupen y ahí habiten nuestros seres queridos, sabemos que amar es compartir, es compenetrar, es convertir "lo mío" en "lo nuestro". Y podría ser bonito, si no llegásemos a saber nunca lo que es estar con el corazón entregado sobre la palma de una mano abierta, y escuchar el eco de los pasos que se alejan porque no todos quieren llevar consigo algo que pesa tanto como el corazón lleno de amor: amar duele.  

Compartir. Nada, como las adversidades, te enseñan tu verdadero puesto en la vida del otro. Vamos dejándonos llevar por una de las mayores equivocaciones humanas, el autoengaño, hasta que nos demos cuenta de que amar no siempre significa ser amado, de que cuidar no siempre significa ser cuidado, de que hablar no significa ser escuchado, de que dar no significa recibir, de que sentir a alguien no significa que nos sientan a nosotros de la misma manera: desengañarse duele.
  
Descubrir las riquezas que se esconden en el interior de las personas que queremos, puede ser una de las cosas más valiosas que obtenemos dejando entrar en nuestro alma. Igual que uno de los sentimientos más dolorosos puede llegar a ser abrir la puerta del corazón y quedarte congelado del frío que entra: abrirse duele. 










domingo, 11 de marzo de 2018

¿Estamos todos locos?

El tiempo de hoy no deja de cambiar varías veces durante el día. Las nubes van tapando y destapando el sol que se cambia por lluvia y vuelve a salir para esconderse enseguida. No hace el tiempo muy normal hoy. ¿Tal vez el tiempo se ha vuelto loco? 

Esta mañana me han hecho pensar en la salud mental. ¿Sería posible que podemos dejar desapercibido el momento en el que se nos había cruzado el cable? ¿O si es posible que tan convencidos estamos de estar lúcidos que ni siquiera nos hemos dado cuenta de habernos vuelto locos desde hace tiempo? ¿Y quién determina el grado de la normalidad y si es posible vivir nuestras realidades sin habernos trastornado la mente? Más bien parece que tenemos que ajustar nuestra conciencia, poniéndola en modo "locura", para poder con todas las reglas de ese modus vivendi que nos imponen diariamente.

Llevamos nuestro día a día guiados por la costumbre, repetimos nuestros hábitos cotidianos con tanta fidelidad que acaban pareciendo unos rituales del trastorno obsesivo compulsivo. No llegamos a abrir el segundo ojo todavía dormido sin echar un vistazo al móvil, nos contaminamos leyendo noticias que nos involucran en su trastorno masivo y nos perturban al comenzar el día. Caminamos los mismos caminos, pedimos el mismo menú o compramos los mismos productos en el mismo supermercado al final del día. Y a cualquier impulso natural que en algún momento se nos sale desde dentro y se nos ocurre hacer algo diferente, reaccionamos con un autoreproche: "¡será una locura si hago esto!". ¿No será una locura de autoprogramarnos?

Hasta en lo personal no conseguimos evitar confundirnos. Conocemos a las personas, nos enamoramos, y acabamos poniendo mil condiciones para sentirnos correspondidos. Nos creemos ser unidos y compartir nuestras vidas, esperamos el apoyo y comprensión, sin querer admitir que no somos más que personas ajenas y no nos debemos nada más que el respeto mutuo. Todo por culpa de los corazones que, tan hábiles en caer en el apego, no dejan de pedir compromiso. Porque el corazón no sabe racionalizar, y lo que está privado de la razón, no es lúcido, y por lo tanto, corre peligro de pasar el borde de la locura. ¿Será que el amor es una grande locura? 

Vivimos pensando formar parte de la sociedad, cada uno vamos cumpliendo nuestras funciones, respetamos sus reglas, nos dividimos en grupos y nos sentimos fracasados si no llegamos a pertenecer. Como si no supiésemos que lo que no soportan los grupos es la diferencia. Y nos ajustamos sin pensar, nos pulimos hasta conseguir una máxima semejanza, sin darnos cuenta de ir perdiendo nuestro yo único. Lo damos todo por corresponder a lo que se espera de nosotros, sea a nivel social, laboral o personal. No paramos de ajustarnos a lo que "debemos" ser. ¿No será una locura colectiva? 





domingo, 18 de febrero de 2018

Abrázate...

Caminamos por la vida convencidos de conocer y entender a los que nos rodean, mientras que no nos paramos ni un segundo para preguntarnos o, al menos, soltar una duda: ¿si conocemos lo suficientemente bien a si mismos? De día en día, voy haciendo cosas que nunca imaginaba que iba a ser capaz de hacer. He sido una niña de esas que nunca van a los campamentos de verano por no poder despegarse de sus padres. He sido niña de esas que lloran al quedarse en casa solas y tras aguantar nada más que una hora hasta que llegue la mamá, saltan de alegría. He sido niña de esas que llevan a casa a un gato perdido, a un perro mojado o un erizo, para salvarlos, según ellas, de una fría soledad. A veces me hago una pregunta, ¿cómo es posible que esa niña, que todavía percibo dentro de mí, con sus momentos más bajos que altos, se ha hecho capaz de manejar sus soledades?

¿Será que somos más fuertes de lo que pensamos ser? ¿Será que no nos conocemos tan bien como pensamos? ¿O será que nos adaptamos a cualquier situación, de modo automático, con ayuda de uno de esos mecanismos incrustados en nuestra mente? No lo tengo muy claro cómo funciona, pero sé que cualquier vivencia nos puede hacer más fuertes, firmes o duros, y por más que parezcan sinónimos estos tres adjetivos, hay una diferencia fundamental entre la firmeza, fuerza y dureza. La firmeza interior nos permite caminar por la vida sin cambiar de rumbo. Nuestra fuerza es lo que nos ayuda a aguantar los vientos y tempestades hasta que vuelva a salir el sol. Mientras que de la dureza depende si seguiremos capaces de sentir el roce cálido de este sol con la misma intensidad, después de haber sufrido nuestra piel unas dolorosas sabañones de frío. Y si no nos dejamos endurecer, será más dulce aún el merecido tacto de los brazos del sol que abraza con intensidad.  

¿Será que nos endurecen las soledades? ¿O, al contrario, nos hacen más sensibles aún? Hoy siento uno de esos momentos en los que me hundiría en los olores de lo querido, en los que me perdería en la ternura de lo amado, pero, a veces, el cariño y mimos que necesitamos todos, nos los tenemos que dar nosotros. Y más que eso, nos los debemos. A veces, se tiene que llegar  muy lejos, para encontrarse más cerca de uno mismo, para poder darse un abrazo... 





martes, 2 de enero de 2018

Desconectar... para conectar...

Ayer, el primer día del año, al despertarme, salí a la terraza atraída por el brillante sol que alumbraba el gris de los tejados tétricos. Lo mismo he hecho esta mañana, con diferencia de que aquel silencio que reinaba en una ciudad totalmente dormida en el día de ayer, hoy se ha cambiado por el ruido cotidiano. Era el silencio poco habitual para las calles de una capital, el silencio que permitía oír presencia de los pájaros que parecían aprovechar para cantar más alto de lo habitual, aunque en realidad está siempre ahí ese bonito canto suyo, sin que le prestamos una mínima atención. Envueltos en el ruido siempre, sea el ruido de fuera, o sea el ruido interior que hacen nuestros propios pensamientos. 

Qué maravilla poder captar un trocito de la naturaleza en el medio de la ciudad, nada más que esos pájaros y el susurro del viento fresco, para una ciudad los momentos así son un verdadero lujo. Estos inviernos ibéricos, acompañados por el sol, algo que es muy poco habitual para las tierras ucranianas, no dejan de provocarme ganas de disfrutar ese increíble tacto de los rayos del sol agradecido por el cuerpo y mente. Ese calor que atraviesa el físico alcanzando lo mental. Y a pesar de que el ruido de los coches, que parece quiere distraer a cualquiera que está inmerso en su propio silencio, conseguir desconectar... que es una de las capacidades vitales tan necesarias para nosotros, consumidos por las ciudades que adormecen los sentidos. 

Pongo mi cara dirección sol, cierro los ojos y huelo el olor específico de los rayos ultravioleta, el mismo que tenía esa pequeña lámpara cuadrada que ponía mi madre en la habitación para que yo tome esos cinco minutos del sol tan necesarios en el pleno invierno. Era la única manera de hacerlo. Ahora, bien tapada con mi manta, puedo sentir el sol auténtico. Somos todos hechos la naturaleza y, por lo tanto, sentirla y conectar con ella es una necesidad vital. Desconectar del ruido para conectar con lo más esencial.