martes, 2 de enero de 2018

Desconectar... para conectar...

Ayer, el primer día del año, al despertarme, salí a la terraza atraída por el brillante sol que alumbraba el gris de los tejados tétricos. Lo mismo he hecho esta mañana, con diferencia de que aquel silencio que reinaba en una ciudad totalmente dormida en el día de ayer, hoy se ha cambiado por el ruido cotidiano. Era el silencio poco habitual para las calles de una capital, el silencio que permitía oír presencia de los pájaros que parecían aprovechar para cantar más alto de lo habitual, aunque en realidad está siempre ahí ese bonito canto suyo, sin que le prestamos una mínima atención. Envueltos en el ruido siempre, sea el ruido de fuera, o sea el ruido interior que hacen nuestros propios pensamientos. 

Qué maravilla poder captar un trocito de la naturaleza en el medio de la ciudad, nada más que esos pájaros y el susurro del viento fresco, para una ciudad los momentos así son un verdadero lujo. Estos inviernos ibéricos, acompañados por el sol, algo que es muy poco habitual para las tierras ucranianas, no dejan de provocarme ganas de disfrutar ese increíble tacto de los rayos del sol agradecido por el cuerpo y mente. Ese calor que atraviesa el físico alcanzando lo mental. Y a pesar de que el ruido de los coches, que parece quiere distraer a cualquiera que está inmerso en su propio silencio, conseguir desconectar... que es una de las capacidades vitales tan necesarias para nosotros, consumidos por las ciudades que adormecen los sentidos. 

Pongo mi cara dirección sol, cierro los ojos y huelo el olor específico de los rayos ultravioleta, el mismo que tenía esa pequeña lámpara cuadrada que ponía mi madre en la habitación para que yo tome esos cinco minutos del sol tan necesarios en el pleno invierno. Era la única manera de hacerlo. Ahora, bien tapada con mi manta, puedo sentir el sol auténtico. Somos todos hechos la naturaleza y, por lo tanto, sentirla y conectar con ella es una necesidad vital. Desconectar del ruido para conectar con lo más esencial.