domingo, 18 de febrero de 2018

Abrázate...

Caminamos por la vida convencidos de conocer y entender a los que nos rodean, mientras que no nos paramos ni un segundo para preguntarnos o, al menos, soltar una duda: ¿si conocemos lo suficientemente bien a si mismos? De día en día, voy haciendo cosas que nunca imaginaba que iba a ser capaz de hacer. He sido una niña de esas que nunca van a los campamentos de verano por no poder despegarse de sus padres. He sido niña de esas que lloran al quedarse en casa solas y tras aguantar nada más que una hora hasta que llegue la mamá, saltan de alegría. He sido niña de esas que llevan a casa a un gato perdido, a un perro mojado o un erizo, para salvarlos, según ellas, de una fría soledad. A veces me hago una pregunta, ¿cómo es posible que esa niña, que todavía percibo dentro de mí, con sus momentos más bajos que altos, se ha hecho capaz de manejar sus soledades?

¿Será que somos más fuertes de lo que pensamos ser? ¿Será que no nos conocemos tan bien como pensamos? ¿O será que nos adaptamos a cualquier situación, de modo automático, con ayuda de uno de esos mecanismos incrustados en nuestra mente? No lo tengo muy claro cómo funciona, pero sé que cualquier vivencia nos puede hacer más fuertes, firmes o duros, y por más que parezcan sinónimos estos tres adjetivos, hay una diferencia fundamental entre la firmeza, fuerza y dureza. La firmeza interior nos permite caminar por la vida sin cambiar de rumbo. Nuestra fuerza es lo que nos ayuda a aguantar los vientos y tempestades hasta que vuelva a salir el sol. Mientras que de la dureza depende si seguiremos capaces de sentir el roce cálido de este sol con la misma intensidad, después de haber sufrido nuestra piel unas dolorosas sabañones de frío. Y si no nos dejamos endurecer, será más dulce aún el merecido tacto de los brazos del sol que abraza con intensidad.  

¿Será que nos endurecen las soledades? ¿O, al contrario, nos hacen más sensibles aún? Hoy siento uno de esos momentos en los que me hundiría en los olores de lo querido, en los que me perdería en la ternura de lo amado, pero, a veces, el cariño y mimos que necesitamos todos, nos los tenemos que dar nosotros. Y más que eso, nos los debemos. A veces, se tiene que llegar  muy lejos, para encontrarse más cerca de uno mismo, para poder darse un abrazo... 





No hay comentarios:

Publicar un comentario