sábado, 30 de julio de 2016

De las lecciones de la vida



Este día, igual de caluroso como hoy, hace tres años, estaba haciendo la maleta para volar a mi casa después de haber pasado mi primer año en Madrid. Recuerdo aquella ilusión con la que estaba empaquetando los regalos comprados para mis padres. En una larga cola para hacer check-in en el aeropuerto de Barajas había muchas familias de inmigrantes, de esos que van a visitar a su tierra después de una ausencia imperdonablemente larga. Yo todavía me sentía todo un turista, un año pasado acumulando kilómetros y ganando puntos aereos, a mi ausencia me la han hecho poco notable. Al fin y al cabo, a mi madre la ví dos meses antes cuando emprendimos nuestro bonito viaje por las tierras ibéricas en el 2013. Aterrizé en Kiev, a las horas nocturnas, todavía me esperaba una noche del tren para llegar a Donetsk... Mi padre estaba esperando en el andén de la estación, fue el primer impacto que me estremeció.... no le reconocí... en un año perdió más de 20 kilos por una enfermedad que había sufrido y, felizmente y gracias a Dios, había superado durante aquel año de mi ausencia. Ningún miembro de mi familia, en ningún momento, no me había mencionado nada de lo que estaba sucediendo... cuidando todos mi tranquilidad y paz. En el primer instanté me enfadé, y era un enfado egoísta porque lo primero que pensé era preferir estar moralmente preparada y estar al día de todo, para no sufrir aquel dolor del choque por no haber reconocido a mi propio padre. El segundo instante hizo darme cuenta de ese inmenso amor que por el bien de tu próximo te hace olvidar de tu propio bienestar. Me costó mucho superar aquel impacto pero el maravilloso poder de la mente siempre nos ayuda a adaptarse a la realidad. Mi estancia en casa duró un mes, una semana antes de la fecha de mi supuesta vuelta, decidí cambiar mi billete y me quedé en Donetsk para 15 días más. Algo en mi se negaba a irme, algo me hizo quedarme un poco más, sin dame cuenta de que  aquella decisión fue un verdadero regalo que inconcientemente me hice a mi y a mi familia... ninguno de nosotros sabíamos que íbamos a tardar tanto en volver a reunirnos... 

15 días... ¿Qué pueden significar unos 15 días? Para mi fueron: 

- aquellas décenas de veces más cuando pasé por mis rincones de Donetsk
- muchas conversaciones más cara a cara con mi gente querida
- dos paseos más por las calles mano a mano con mi abuelo
- 15 exquisitos desayunos más preparados con cariño por mi padre
- 15 noches más que dormí en mi cama
- 15 momentos más de disfrutar esos bonitos anocheceres que envuelven Donetsk en ese precioso color verde esperanza
- décenas veces más que miré por la ventana de mi cuarto al despertarme
- varias clases más que pude dar a mis alumnos más fieles
- un número infinito de veces que acaricié a mi perro

... y podría seguir espacializando el tiempo y convirtiendo días en momentos, pero no me dejo de preguntar: 

¿qué es lo que habría podido cambiar si hubiera sabido que a no íba a poder regresar? ¿con cuántos momentos más habría llenado aquellos quince días? ¿Por qué para darnos cuenta del valor que tiene cierto momento, tenemos que sufrir su pérdida? 

Pero de todo se aprende, y cuando no se queda casi nada que perder, es cuando curiosamente aprendemos a vivir saboreando cada momento del presente. Reconozco contar y repasar diariamente cada momento, cada detalle, cada rayito de la magia que ha estado presente en mi día, cada suspiro y cada echar de menos. Igual que estos días, incluso cuando a mi Madrid le siento más vacio que nunca, disfruto infinitamente de cada soplo del viento que se agradece tanto en estos calurosos días del verano manchego. Y, con cariño y nostalgia, voy recordando aquellos 15 días que siguen enseñándome a valorar el día de hoy y a buscar lo bello en lo cotidiano...  


lunes, 25 de julio de 2016

El poder del silencio



Aquellos que me conocen desde mi vida de antes, recuerdan bien a esa mujer (para muchos rara) que a lo largo de los años, a la misma hora de la tarde, aparecía sentada cenando en compañía de un libro, a la misma mesa, del mismo restaurante acogedor, de aquella ciudad que era Donetsk... Recuerdo a cada uno de los empleados de aquel sitio que con todo el cariño y respeto siempre se preocupaban por mi intimitad en aquellos momentos tan deseados del aislamiento mío. Aquellos que pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en espacios compartidos, entendemos bien esa necesidad y ansia por tener tus horas en las que puedes quedarte a solas contigo mismo... para mentalizarte y reflexionar, para pensar y tomar decisiones, o sea nada más que para respirar el silencio y saborear el aroma de una copa del vino con canela... Allí, de donde vengo, este componente solitario muchos lo llevamos dentro, nos caracteriza igual que esa nostalgia buscada en la que tendemos a caer. Aquí, donde hoy día estoy, y donde el silencio ya es mi compañero de vida, tales escapadas no son algo habitual. Y como no creer en esa magia que la vida tiene, cuando encuentras ese matíz y profundidad de la soledad buscada en los ojos de aquel para quien los momentos del silencio son igual de necesarios... es como escuchar de repente a alguien hablar tu lengua materna entre la confusión de los sonidos y sílabas de un idioma desconocido. Y no hay igual que ese diálogo silencioso en que unas miradas pueden cobrar aún más fuerza que las palabras, que es posible sólo entre esos dos pares de ojos, que se reconocen siempre... Pues por qué rodearse de la multitud de gente y sumergirse en los ruidos ajenos? ... como si tuvieramos miedo de escuchar nuestra propia voz.... Por qué evitar y temer tanto esos momentos de la soledad? ... los únicos en los que puede surgir un encuentro tan deseado, fascinante y lleno de sorpresas, como un encuentro contigo mismo... 


jueves, 21 de julio de 2016

Vivir escribiendo y escribir viviendo...



Aquel que conoce esa necesidad casi vital de compartir sus pensamientos con una hoja de papel, entenderá esa ilusión espontánea que te llena en un momento cuando empiezas a buscar caóticamente tu bolígrafo para apuntar, transmitir, anotar, conmemorar, revivir... Desde cuando me recuerdo a mi, siempre me veo escribiendo. Recuerdo incluso aquella época lejana cuando todavía estaba de moda tener una auténtica pluma con un bote de la tinta liquida de color indigo que estaba cuidadosamente puesto sobre mi escritorio. Lo más difícil era aprender a no dejar manchas por todas partes de mi cuerpo, ropa, muebles, de aquellas hojas que guardaban secretos. Recuerdo la hora de dormir cuando me permitía sacar debajo de la manta (bien escondido, ya que escribir a las horas nocturnas me era casi prohibido) aquel cuaderno que albergaba otra vida mía, imaginaria, mi vida que estaba por llegar... A la edad de trece años empecé a escribir algo que yo misma en aquel entonces llamaba “mi libro”. Escribir aquellas líneas y páginas era visualizar, soñar en letras, convertir mis sueños en la realidad, que aunque en otro espacio temporal, ya existía... No sé cuantos cuadernos han conocido mis ilusiones, pero hoy día ninguno de ellos podría negar que la realidad mía del día de hoy era tan buscada y deseada por aquella niña de trece años. Mis momentos de huir de todo y de hundirme en mi mundo de imaginación los iba buscando por todas partes... en casa, en la escuela (en vez de escribir formulas), en el coche por el camino a nuestra casa de campo, en el jardín bajo mi árbol de guindas... cualquier momento era apto para entregarme a los sueños. Era escribir viviendo aquellos momentos imaginados que me trasladaban a miles de kilómetros... por aquí donde hoy día estoy y de donde escribo estas lineas en español... Con ello, confirmo y enfatizo esa necesidad de soñar a la que muchos no dan importancia. Soñar en letras, en palabras, en versos, en líneas... como sea pero soñar y vivir con Ilusión... uno de los generadores más potentes de nuestra propia realidad. 



Algunos lo llaman coincidencias; otros creen en lo que de alguna manera somos capaces de determinar (o predecir) nuestro propio destino desde la edad más temprana, cuando todavía no somos concientes de ello; yo, nada más que tiendo a pensar que hay cosas inexplicables e intentar buscarles explicación alguna es negar esa magia que la vida definitivamente tiene. Siendo una niña de 10 años, de todas las canciones que solíamos escuchar con mi padre (gran amante de la música) cogí el cariño especial a una que trataba de un destino de aquel que abandona su hogar en búsqueda de la felicidad en otras tierras. Cada uno que entraba en nuestra casa, se obligaba a escuchar mi interpretación de esa canción. Pero lo sorprendente de todo ello no sólo consiste en un hecho de dar con una canción sobre un inmigrante, sino en aquellas emociones, en aquella nostalgia profunda que me era tan comprensible en aquella edad inocente. Hoy día, decadas después, cuando esta canción la tengo algo vivida, lo sorprendente es que me provoca los sentimientos que ya me habían sido conocidos en mi infancia.

(la traducción libre, poco poética y nada literaria, pero más literal y exacta posible)

"Una balsa de madera" de Yuriy Loza 

En una pequeña balsa de madera
Atravesando tormentas, lluvias y tempestades
Llevando conmigo nada más que los sueños, ilusión
y mi gran sueño de infancia
Voy a alejarme flotando en silencio
Apenas la noche penetrará en mi casa
Me marcharé para llenar de las rimas
El mundo en el que vivo


Y da igual si mi camino no será fácil
Da igual si me arrastran hacia el fondo el dolor, la tristeza,
y el peso de los errores pasados


Pero mi pequeña balsa de madera
Hecha de las canciones y palabras
A pesar de todo y para hacer rabiar a todas mis penas
No está tan mal


No estoy escapando de aquellos
Que me predicen fracasos
Son los que suelen elegir caminos fáciles
viviendo en su orilla firme
No son capaces de entender
Qué es lo que me pasó de repente
Qué es lo que me llamó para irme tan lejos
Qué es lo que me podría tranquilizar


Voy a romper el hilo con el pasado
Y luego sea lo que sea
De los días corrientes y monótonos
Voy a alejarme flotando
En mi pequeña balsa de madera
Apenas la noche penetrará en mi casa
Y un mundo lleno de nuevos colores
Tal vez encontraré


Y da igual si mi camino no será fácil
Da igual si me arrastran hacia el fondo el dolor, la tristeza,
y el peso de los errores pasados


Pero mi pequeña balsa de madera
Hecha de las canciones y palabras
A pesar de todo y para hacer rabiar a todas mis penas
No está tan mal


martes, 19 de julio de 2016

Recuperación de la palabra...

El último post que escribí en mi espacio “literario” anterior está fechado por un día de Junio de 2014. Mi vida, igual que la de la mayoría de mis compatriotas, se dividió desde aquel entonces en un “antés” y en un “después”. Si algo había sido escrito en el transcurso de estos dos años, formará parte de aquello que va fraguándose poco a poco para poder salir a la luz y poder pronunciarse en voz alta. Por el momento, sigue cobrando forma en un proceso silencioso. Sin embargo, hoy me han venido ganas impetuosas de recuperar aquella costumbre de dejar huella diaria en un espacio virtual que, en alguna u otra dimensión, existe. Tal vez ya me siento bastante recuperada para salir de mi coraza e intentar darme cuenta de lo sucedido en estos dos años. Hasta este momento, siempre escribía en mi lengua materna, ruso, y a partir de ahora es lo que va a cambiar. Sé que ésto me alejará aun más de mi entorno de antes; sé que de alguna manera es romper con muchas cosas que, inevitablemente, se dejan atrás cuando uno se convierte en un inmigrante; pero, cualquiera que sea el motivo de este cambio, tal vez será porque últimamente pienso, reflexiono y siento, en mi español lejos de ser perfecto (por lo que pido perdón ante aquel que va a leer este caótico torrente de pensamientos). No, de ninguna manera, no pretendo alejarme de mis raíces, a ellas pertenezco y llevo en mi su marca, peso y bendición. Lo único que pretendo es desencadenarme un poco más y dejarme respirar esa libertad que me había sido regalada.