miércoles, 31 de agosto de 2016

Alcanzar lo inalcanzable



En mis edades más inocentes tenía tanta certeza de que el conocimiento se equivale a la edad que alcanzas. Tenía tanta ansia de madurar para encontrar la llave de un cajón que guarda respuestas a todas las preguntas. No sabía que era una trampa, no sabía que lo primero que leería en este cajón será: Vive. Sin buscar respuestas. Y no sólo no he llegado a saber más, sino que con los años que pasan me doy cuenta de lo poco que sabemos, de lo poco que nos atrevemos a conocer, de lo difícil que es entender, de lo erroneo que puede ser interpretar, de lo peligroso que puede ser generalizar, de lo limitados que estamos de tiempo para aprender. La única certeza que hoy día tengo es la certeza de no saber nada, y de la importancia de recibir con ilusión cualquier duda, pregunta o curiosidad que surgen en este inmenso oceano del conocimiento humano.


sábado, 27 de agosto de 2016

Blanca Varela sobre lo racional y lo irracional de la escritura

"Creo que hay dos tipos de escritores: los que escriben desde la conciencia y los que escriben desde el otro lado, desde una zona muy próxima a la locura. Creo que soy alguien que al trabajar con esta materia tan delgada de la literatura trata de rescatar algunas cosas, algunas evidencias de ese otro lado irracional (pero no necesariamente inconsciente) desde el cual escribo" Blanca Varela

lunes, 22 de agosto de 2016

El peligro de los momentos transitorios



Que frecuente es dejar a merced de las olas este tiempo tan inestimable que tenemos, por algunos motivos deseando que el período en el que estamos hoy día se acabe lo más antes posible. Tales períodos transitorios parecen a nosotros ser aquel lapso del tiempo que debería unir el punto de partida de nuestro camino con aquel punto en el que nos gustaría estar; aquel lapso que preferimos dormir para despertarnos cuando ya todo se haya rodeado así como lo pinta nuestra imaginación. Es como si nos dieramos en arriendo a las circunstancias y nos dejamos llevar por la corriente sin darnos cuenta de la belleza del paisaje que cambia por el camino. Y todo parece lógico a primera vista, salvo que olvidamos que demasiado caro cuesta el tiempo que a sabiendas dejamos pasar y perder. Y, tal vez, un verdadero objetivo de nuestro camino consiste exactamente en aprender no sólo Estar sino en Ser aquí y ahora. Mi período “transitorio” ya dura más de dos años, igual que en aquella película en la que un personaje de Tom Hanks, de un país inexistenente  K r a k ó z h i a  que se ha estancado en una zona de tránsito, también yo de año en año me pongo en una cola en la espera de una “estampa verde” en mi pasaporte. Que raro es... que el Sistema decide cuanto tiempo tiene que durar tu estancia en tu zona de tránsito, que en mi caso parece ser un poco más confortable que una sala de espera de un aeropuerto, aunque su sentido de eso no se cambia. Sin embargo, uno de aquellos días imperdonablemente parecidos uno al otro, de repente me he dado cuenta de que entre todos los derechos que en este país no tengo, de un único derecho me estoy privando yo a mi misma: de vivir el momento presente; y al comprenderlo, mis días inesperadamente se llenaron de ese sol que hace mucho que no notaba por las mañanas, y eso que vivo en un país más soleado de Europa. Pues que importante es, entre todas nuestras meditaciones sobre el futuro, sobre lo deseado o sobre adonde nos gustaría llegar, no dejar pasar el presente que esconde todas esas riquezas y tesoros que solemos ir buscando en el día de mañana.


lunes, 15 de agosto de 2016

Momentos kafkianos

"Fuerte lluvia. Ponte de cara a la lluvia, deja que sus rayos férreos te atraviesen, resbala por el agua que quiere arrastrarte consigo; pero, con todo, quédate, espera de pie el sol que entra súbita e interminablemente a raudales." Franz Kafka

viernes, 12 de agosto de 2016

Vivir en armonía



Ayer, caminando y perdiéndome deliberadamente en el laberinto de las callecitas estrechas de una ciudad mediterránea, estaba pensando... ¿cuánto en realidad creemos que vemos del nuestro alrededor? ¿cuánto nos conectamos con este bonito mundo que nos rodea? ¿cuántos pequeños detalles suelen escapar de nuestra vista? Cuantas maravillas perdemos por ir mirando al suelo y cuantos momentos mágicos dejamos desapercibidos por pensar que han sido nada más que fruto de nuestra imaginación. ¿Y si nos despertamos de nuestro adormecimiento y dejamos que todas estas pequeñas maravillas entren en nuestra vida? Veríamos de cuantos colores vivos está pintada nuestra realidad. Veríamos cuantos maticez del color azul puede tener el cielo. Notaríamos como cambia ese verde en los árboles con cada día que nos aproxima al otoño. Nos sorprenderíamos de la diversidad de las flores que habitan en nuestras ciudades. Cuando uno se asienta en algún sitio, dentro de poco ya acaba teniendo sus sitios y rutas diarias, que acaban siendo tan habituales para nosotros que casi dejamos de percibir su versatilidad. A cambio, algunos rituales cotidianos acaban convirtiéndose en costumbres que alimentan nuestro sentir de día a día. Así, por mi camino diario que me lleva al mar, suelo pasar por la misma tienda de ropa en la que entro nada más que por ese olor a pinos que habita en ella y que me provoca dulces recuerdos de infancia. Y así, caminando, me he dado cuenta de que todavía voy andando con el mismo ritmo con el que suelo andar a la facultad, como si tuviera prisa a recorrer estos rincones desconocidos. A veces simplemente olvidamos de pararnos y de salir de nuestro ensimismamiento para ver lo que está pasando fuera. ¿Y qué pasaría si contemplaramos un minuto los reflejos en esa lluvia de las pompas de jabón que echa un niño en el medio de la calle que cruzamos sumergidos en nuestro vorágine diario? ¿Que pasaría si observásemos esa pareja de dos pájaros blancos? que juraría que son los mismos que he visto hace un par de días y cuyos juegos afectuosos no se distinguen mucho de los comportamientos humanos. ¿Qué pasaría si por el camino a casa parasemos un minuto para contemplar el cielo nocturno en búsqueda de la Osa Menor? ¿Qué pasaría si caminando a lo largo de la orilla notaríamos como se reflejan las nubes en ese cristal de la arena mojada? ¿Qué pasaría si nos fijásemos un par de segundos en unas caras felices de aquellos dos enamorados que radian felicidad? Nos sentiríamos parte de todo ello y esa magia del momento penetraría en nuestro ser, porque cada minuto de nuestra existencia merece ser vivida intensamente. Y, finalmente, qué pasará si entramos en conexión con el Universo? Ayer he tenido una respuesta... caminando por la acera gris, mi vista ha atraído una pequeña hoja de un arbusto, colocada por el viento en un agujerito del asfalto, de forma curiosamente perfecta y virtuosamente pintado por la naturaleza de los colores llamativos... me he parado dos segundos para contemplarla, más un segundo para sonreir... he seguido caminando y a dos pasos... justo donde íba a pisar yo la tierra... con toda la fuerza ha caído una pelota pesada tirada de encima por los chiquillos jugando. No me habría hecho más que un daño poco agradable, pero aquellos tres segundos me han hecho evitarlo... Y así funciona el Universo, y así puede hablar con nosotros, y si vivimos en armonía con él, siempre nos lo va a agradecer. 


martes, 9 de agosto de 2016

Sobre el alma eslava...


Ayer, sentada frente al mar, en estas preciosas tierras que me han albergado, tan distintas de aquellas a las que pertenezco, estaba pensando: ¿si va a florecer y fructificar un árbol desarraigado y replantado en unas tierras ajenas? Tal vez depende de su especie. A veces me pregunto: ¿si realmente existe esa famosa especie del alma eslava? tan bien investigada por los clásicos y grandes conocedores de nuestro carácter como Tolstoy, Dostoyevskiy, Nabokov o Bulgakov entre muchos más... Y no sólo los genios de literatura hacían intentos en este ámbito, sino también los que se ocupaban de los problemas socio-psicológicos, aunque sus labores fueron reconocidos en los tiempos lejanos soviéticos que hoy día nada más que forman parte de nuestra historia común. Pues sean como sean sus conclusiones, en una cosa coincidieron todos: comprender nuestra mentalidad con la mente sería imposible, con el alma sí. Y si existe una especie del alma ucraniana... diría yo que, para su portador, combatir con ella es igual de inútil como combatir con las fuerzas de la naturaleza.

Las claves para conocer esta especie están por todas partes. La riqueza y peculiaridad lingüística de cualquier lengua también siempre esconde en sí unos elementos reveladores que caracterizan todo el grupo de sus hablantes nativos. Así, por ejemplo, la frase “говорить по душам” que podría traducirse al español como “hablar del alma al alma” y significa llevar una conversación entre los dos (de esas conversaciones tan típicas nuestras acompañadas por una taza de un té caliente) compartiendo todo lo que tienen en el fondo más profundo de su ser, no la he encontrado en ninguna otra lengua de las que hablo. Sin embargo, tenemos fama de ser reservados o incluso “fríos”, no lo podríamos negar, pero y aquí se esconde una verdad bien protegida de un ojo ajeno. Sí, nos cuesta abrirnos porque siempre supone riesgo de sentirte desnudo en el medio de la calle, abrirse siempre es un acto que requiere valentía. Y una vez que esa alma lo consigue, siempre sufre peligro de cerrarse con la misma intensidad una vez se ha sentido expuesta a la intemperie. Somos todos vulnerables al abrirnos, por eso cuesta tanto a dejar abierta esa puerta a nuestro mundo interior. Los extremos de los sentimientos son también algo que no nos es ajeno. Nuestra literatura abunde en ejemplos que demuestran ese sentir con toda la entrega, odiar sin perdón, desear sin límites, dejarse llevar por el fuego de la pasión sin miedo a quemarse, sufrir profundamente en silencio, escuchar al otro sufriendo su dolor, o esa capacidad de sacrificar todo menos el sentimiento. La apariencia suele engañar y detrás de la fachada plácida y bajo la coraza dura,  suele esconderse un sentir absoluto. Siempre he pensado que las personas más fuertes son contradictoriamente las que más sensibilidad tienen, porque sólo conoce el verdadero valor del sentimiento aquel cuya fuerza interior se estaba consolidando por los vientos fríos y tempestades de la vida. También porque aquel que se atreve a sentir, bien sabe que el verdadero peligro está en no ser capáz de sentir nada. 

Y ahí mirando al mar... seguía pensando sobre los rasgos de nuestra mentalidad especificamente ucraniana que, en su mayoría, suelen ser cultivados más bien por un proceso ideológico y poco tienen que ver con la mentalidad condicionada étnicamente. Los factores dominantes en este caso por supuesto vuelven a referirnos a aquellas huellas que nos ha dejado el período soviético y que siguen manifestándose en nuestros comportamientos del día de hoy. Por otro lado, aquí es donde se choca lo incompatible, la mentalidad soviética y postsoviética son dos cosas opuestas, contradictorias y casi no tienen nada que ver una con la otra, aunque curiosamente conviven en las mismas personas, en nosotros. Entre los factores “vivos” que  pueden influir en una formación de nuestro carácter peculiar, uno de los más potentes, tal vez, es esa tendencia actual del estado ucraniano no tanto a existir como a afirmar, comprobar o, incluso, a justificar su existencia. Los acontecimientos históricos, por su parte, han cultivado en nosotros el sentimiento de la dignidad que se manifiesta en esa aspiración extrema a la justicia que nos empuja constantemente a buscar la Verdad. Si suponemos que existe una tal transmisión genética de las experiencias acumuladas, el alma nuestra debería representar entonces un conglomerado de las experiencias vividas y de sus consecuencias grabadas en un fondo genético de cada uno de nosotros. En algún sentido, tal vez, podríamos hablar sobre un síndrome postraumático de los tamaños nacionales. Pero en fin, posiblemente no se trata de poner etiquetas, sino que de darnos cuenta simplemente de que en realidad, no hay nada extraordinario en nosotros, simplemente nos ha tocado y nos ha dado bastante, más de lo que se puede aguantar sin cambiarnos y sin aprender a valorar la vida.

En cualquier caso, la noción de la mentalidad es tan compleja que cualquier factor, aunque parezca insignificante a primera vista, en realidad resulta de importancia determinante. Así, incluso las condiciones climáticas o las peculiaridades del paisaje también determinan ciertos rasgos que nos caracterizan. Los otoños con olor a la lluvia y los inviernos crudos y duraderos favorecen a esa capacidad extrema de introversión en la que caemos con tanta frecuencia. El ojo del alma eslava siempre es introvertido, siempre está orientado a observar y analizar profundamente los procesos que pasan muy por dentro. Mientras que esa ansia por la libertad y por el individualismo libre se reflejan en unas olas verdes de las tierras fértiles y en los horizontes inabarcables de las llanuras infinitas de nuestro paisaje. 

Otro rasgo indiscutible es la superioridad del corazón sobre la racionalidad de la mente condicionada por ese querer vivir el día de hoy con toda intensidad. Pero, con todo eso, tal vez, el rasgo más benéfico y productivo para nosotros es nuestra capacidad de reirnos de sí mismos. Sobre la ironía y el sentido de humor eslavos ha sido escrito mucho y es bien sabido que forman parte de nuestra vida cotidiana o, a veces, incluso hasta llegan a ser la única salvación de las realidades que afrontamos. 

En fin,  sean como sean los motivos de ser como somos, todos hemos pasado por una buena escuela de la vida que nos enseñó ternernos firmes en nuestros propios pies y nos inculcó esa fuerza imprescindible que nos alimenta hoy día, estemos donde estemos...


viernes, 5 de agosto de 2016

"El monje que vendió su ferrari"



Hace poco me había sido regalado un libro de Robin Sharma, el autor canadiense que ha escapado de mi vista, pero como es bien sabido, el saber no tiene límites y uno inevitablemente se pierde en este inmenso e inabarcable oceano que es el mundo literario. Así, una fabula espiritual bajo el nombre “El monje que vendió su ferrari” ha acompañado un par de mis días y ha convertido mis momentos en una reflexión benéfica. Por una cierta “deformación” profesional que, en vez de disfrutar, me hace destripar cualquier lectura que aparece en mis manos, lo primero que ha llamado mi atención es la estructura del libro, que a primera vista y de sus primeras páginas, presenta algunos rasgos de la novela. Pero, por más que avanzemos en su lectura, vemos como se transforma y que su forma inicial es un especie del engacho que usa el autor para involucrarnos en un profundo autoanálisis, en el que el lector, inevitablemente, se convierte en un verdadero protagonista de la acción. Dividido en capítulos, cada uno de ellos esconde un símbolo conductor y una clave fundamental para descubrir esa felicidad y armonía que todos buscamos sin darnos cuenta de que la llevamos dentro de nosotros mismos. Así, guiados por el narrador que desde los primeros párrafos presenta al protagonista, con él comenzamos un auténtico viaje iniciático que ofrece este libro. Para cumplir con su objetivo de guiar, indicar y llevar al lector a una reflexión productiva, el autor concluye algunos de los capítulos con una especie del breve resumen de acción que permite hacer un repaso y estructurar los métodos propuestos. Tal forma facilita el proceso de digerir la información y convierte el libro en un perfecto manual del Arte de Vivir. 

Desde sus primeras páginas, “El monje que vendió su ferrari” me ha recordado uno de aquellos libros que me íba acompañando a lo largo de los años, “Siddhartha” de Hermann Hesse, cuyo personaje pasa por distintas etapas de evolución personal en búsqueda de su propia existencia. Sin embargo, si identificarse con Siddhartha para el lector requiere un esfuerzo y una introspectiva más encausada por un objetivo de encontrar pautas aplicables a la vida de nuestros días, pues en el caso del libro de Robin Sharma,  dado que la obra claramente nos refiere a la actualidad, en su personaje cada lector podrá sin dificultad adivinar y ver su propia imagen en el espejo de la realidad de nuestra vida diaria, sometida tanto a las presiones sociales, como a nuestras propias creencias y limitaciones, concientes o no. 

Dado que el objetivo final de cualquier viaje iniciático es regresar al lugar de partida con las verdades descubiertas para poder compartirlas, el personaje principal del libro, Julian, nos ofrece emprender el mismo trayecto que había cumplido él por el camino que, a aquel que está abierto a escuchar, procesar y analizar, pretende llevarle a descubrir una clave del bienestar consigo mismo. 

Guiados por un diálogo entre el “maestro” y su “alumno” nos convertimos en unos testigos del proceso de una profunda introversión y de la transformación del modo de pensar que siempre lleva a los cambios exteriores. El libro abunde en técnicas, principios, rituales, pasos y pautas para cambiar nuestro interior lo que es fundamental para conseguir cambios en nuesto entorno. Sin embargo, estos remedios propuestos no pretenden ser unas recetas rápidas. El autor enfatiza que “las recetas rápidas no funcionan. Todo cambio duradero requiere tiempo y esfuerzo ” e invita al lector a seguir sus pasos para transformar su vida a través de los cambios paulatinos. Todo cambio requiere esfuerzo y todo cambio conlleva el dolor, y sólo superando esta transformación dolorosa es posible llegar a un resultado consolidado y duradero. No se trata de la catarsis en su pura esencia, pero sí de una revisión de valores y conceptos. La clave de este proceso es actuar sin esperar resultado instantáneo. Igual que mirando atentamente una semilla no conseguimos esforzarla que germine, así nosotros deberíamos dejarnos crecer, alimentar nuestra alma y estar abiertos a cualquier cambio, ya que:

“el cambio es la fuerza más poderosa que tiene nuestra sociedad de hoy. Mucha gente lo teme, pero los sabios lo abrazan sin reservas”

Robin Sharma hace un buen hincapié en el potencial de la mente y en los obstáculos que nos hacen bloquear su fuerza. Nos propone desbloquear su poder para poder utilizar las reservas mentales que tenemos con el fin de transformar nuestro mundo interior. Librarse de las preocupaciones, del miedo ante los errores y del peso de los dolores, se propone como una de las tareas que deberíamos cumplir.  

Descubriremos que nuestro cansancio es nada más que nuestra creación mental, y de la misma manera como lo hemos creado, podemos librarnos de ello”

Me han venido ganas de tachar frase tras frase, aquellas claves tan evidentes, pero por alguna razón  tan poco llevadas a la práctica por la mayoría. Robin Sharma habla sobre la necesidad de hacernos presión positiva a si mismos y este libro podría ser una de aquellas lecturas adecuadas que nos puedan servir de guía, siempre y cuando tengamos valor y no nos frenemos por el miedo de equivocarnos: “toda circunstancia amarga tiene su lado positivo, siempre que uno tiene el valor de buscarlo”.

“No hay errores en la vida, solo lecciones. No existe una experiencia negativa, sino sólo oportunidades que hay que aprovechar para avanzar por el camino del autodominio. De la lucha surge la fuerza. Incluso el dolor puede ser muy buen maestro”

“En todo hay una lección que aprender. Estas pequeñas lecciones estimulan tu mundo interior y exterior. Sin ellas no podrías avanzar. Aplícalo a tu vida actual. La mayoría de la gente ha sacado lo mejor de sí misma a través de las experiencias más sugestivas y difíciles”

También se nos aconseja ser arquitectos de nuestro propio futuro centrándonos en el momento de “aquí y ahora”. El secreto de la felicidad de Robin Sharma es simple: 

“Averigua qué es lo que te gusta hacer y dirige todas tus energías en esa dirección. Si analizas a las personas más felices, saludables y satisfechas de tu mundo, verás que todas han encontrado cuál era su pasión y luego se han dedicado a perseguirla”

Se trata nada más que de encontrar nuestra propia fuente de energía que está encadenada y bloqueada en nosotros mismos, se trata de hacer fluir esa energía para que se convierta en un combustible necesario para alimentar nuestro cuerpo y nuestra mente. Empezar a correr riesgos, dejar de ser pragmáticos y tomar tiempo para reflexionar, son algunos de los pasos que ofrece el autor. Y la clave para quitarnos barreras está en el valor y en el coraje que siempre son más que necesarios cuando se trata de empezar a vivir intensamente.  Abrir nuestra mente a la posibilidad real de vivir una vida plena e invertir tiempo en este proceso sin esperar cambios, pero sí darles una buena bienvenida cuando comienzen a entrar en tu vida.

Concentrarnos en ser alegres y activos, ser felíces en un momento dado y darnos cuenta del poder que tiene cada uno de nuestros pensamientos. Ver pensamiento como algo vivo y capáz de transformar nuestra realidad. Por este mismo motivo, “no podemos permitirnos un lujo de un solo pensamiento negativo”, siendo concientes de la mágia de la visualización, deberíamos dejarla actuar sobre las materias primas que llevan en sí una positividad. 

Poder disfrutar del presente es un don, pero cualquiera de nosotros es capáz de desarrollarlo. Ser libre de ese miedo traidor que muchas veces acompaña cualquier momento de felicidad susurrando al oído que cualquier instante felíz es efímero. La vida a priori no da garantías, sabemos que el viaje de cada uno de nosotros no es eterno, pero no es ninguna razón para no vivir este trayecto con toda intensidad. Cada momento en el que nuestra alma consigue brillar es capáz de alumbrar todo lo que está por llegar. La vida no se mide en logros ni en sacrificios, sino en segundos y en latidos de nuestro corazón que, una vez abierto al mundo, nos enseñará todas esas maravillas que esconde.