viernes, 9 de diciembre de 2016

Guerras y paces de nuestros tiempos





Pasando frente a uno de los edificios administrativos de Madrid, mi atención había sido atraída por un hombre y una mujer, vestidos del uniforme militar, cada uno de ellos con su arma en las manos. Parecía ser una imagen cotidiana de cualquier ciudad, si no fuera un mareo inesperado de esta mujer que le hizo agitarse un poco. Volvió a recuperar su equilibrio en un par de segundos. Su cara, de una persona cumpliendo su deber militar, en un instante se ha transformado en una cara de un ser humano, no privada de las emociones. Su compañero no tardó en sostenerla cogiéndole por el codo, mientras ella con un sólo gesto le hizo entender que estaba bien. Han pasado nada más que unos segundos y sus rasgos, con una sóla sonrisa nerviosa que revelaba preocupación, empezaron a volverse a endurecer, como si tuvieran miedo de reflejar la debilidad. 

No sé como deben actuar los militares en tales situaciones, lo que se les pueden permitir y lo que no, y no se escuchaba la conversación que mantenían, pero estaba claro que el hombre, demostrando su preocupación por la compañera, intentaba asegurarla de quitar el arma y entregársela a él. Tras algunas dudas bien reflejadas en su rostro, que poco a poco de nuevo volvía a carecer de emociones, ella finalmente se ha cedido y le ha entregado ese objeto tan poco femenino... un momento que se me ha grabado en mente, pareciéndome tan simbólico y emocionante al mismo tiempo. Ya no parecían dos personas de oficio militar, sino dos seres humanos... un hombre y una mujer.... lo fuerte y lo frágil...

Esa imagen me hizo reflexionar sobre aquello en lo que muchas veces pienso a lo largo de estos cuatro años que vivo en un país donde las mujeres suelen luchar activamente por tener sus derechos a cumplir las mismas funciones que historicamente suele cumplir un hombre. Lo que sin duda ninguna respeto, pero no sin esa parte en mí que se opone a una idea de hacer tanto hincapié en una igualdad que finalmente no resulta nada más que en subrayar las diferencias, en dividir, en separar y poner distancias entre algo que es tan naturalmente diverso y similar al mismo tiempo. Y eso que yo misma también vengo de un sector puramente masculino en el que me ha costado ganar mis posiciones, que exige de mi seguir ciertas reglas del juego para poder encajar, pero siempre dejo mi “pelota de fútbol” en los horarios de mi oficio sin llevarla a mi mundo en el que me quito ese traje de una “mujer que puede con todo” y disfruto de cada uno de mis momentos... a veces de ser fuerte, a veces de ser vulnerable, porque es ahí, detras de esa coraza que nos ponemos, viven los sentimientos y emociones que guardan nuestro verdadero “yo”...

Y sigo pensando en la feminidad que hoy día corre tanto peligro de perderse en esa lucha incansable en la que tan fácil es perder equilibrio entre una ambición de demostrar fuerza y necesidad innata de reconocer fragilidad que había sido engendrada en una mujer por la naturaleza. Cualquier extremo siempre rompe el equilibrio. Acaso la naturaleza no nos ha creado tan diferentes para que nos complementemos uno a otro, sin competencias y combates, sin medir fuerzas, para que convivamos en una armonía de dos mundos creados para enriquecer formando Uno, no para combatir partiendo en Dos. 

Que me perdonen mis compañeras que dedican sus vidas a defender ideas y principios feministas, pero ¿existe algo más bonito que sentirte una mujer fragil arropada de una fuerza de Tu Hombre? Quitar por un instante ese traje de “supermujer”, dejar fuera, aunque sea por un rato, todas las luchas y batallas, descansar y reposar en sus manos fuertes, cuya ternura nacida de su propia fuerza masculina, irá penetrando en todo tu ser, calmando, tranquilizando, alimentando, llenando de calor y de energía vital. 

Sin romper el orden natural de las cosas. Eso es, hasta el propio concepto del orden nos indica lo diferente que somos y lo bonito y bien pensando que es. El orden masculino es siempre funcional, pragmático, dinámico, basado en una lógica de la aplicación y utilización de los recursos, es perfectamente calculable, bien comprensible y se somete a una lógica interior. Mientras que el orden femenino es más bien estético, más estático, dirigido a conservar un estado, a cuidar y crear el ambiente, es más abstracto y organizado por colores, tamaños y otros factores menos prácticos, es menos compensible, pero más tangible, y es por eso que cuando una mujer intenta a poner su propio orden en un espacio masculino, rompe el orden natural de las cosas. 

Siempre tiendo a buscar equilibrio, pero no me cansaría de preguntar: ¿existe algo más bonito que desarmarte, quitar todas las corazas y máscaras, y dejarte cuidar, dejarte querer y dejarte llevar por esa fuerza masculina que no quita, sino deja florecer, aporta y alimenta esa feminidad que vive en cada una de nosotras? ¿existe algo más deseado que ese abrazo suyo más fuerte? ¿existe algo más placentero que dormir entregándole tu sueño? para que lo cuide y proteja, mientras tú reposando en ese hombro sólido que huele a paz, no a guerra... 



2 comentarios:

  1. Impresionante. Reconozco que este artículo tuyo hay que leerlo de principio a fin y debería ser leído por muchas.
    Es vital, sensible y tierno. Es tuyo, sólo tú puedes escribir y sentir algo así. Pero sobre todo, es humano.
    Enhorabuena por ser como eres.
    Un privilegio conocerte.
    Un saludo y un beso...

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    1. Gracias por este bonito comentario, un privilegio es mío... y me alegro mis líneas lleguen a los corazones, para eso están.
      Un saludo y un beso

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