Esta semana, aprovechando de un momento
que he podido dedicar a contemplar el arte, a la salida de la exposición de
las obras de Renoir que se exponen actualmente en el Thyssen, me he quedado parada
frente a una estantería de cristal que ofrecía a los visitantes comprar unos recuerdos para
memorizar su visita... de ahí me estaba mirando una cajita de plástico, con un
puzzle dentro, cuyos trocitos de papel supuestamente deberían formar una imágen del famoso cuadro “Mujer
con una sombrilla” pintado por Renoir en el año 1875. Uno de esos momentos cuando no sabes bien si echarte a reir o a
llorar...
¿Si podía un día de aquellos tiempos remotos suponer Pierre-Auguste Renoir
que, tras más de un siglo, su precioso lienzo que guarda colores de su jardín en Montmartre, algunos de los emprendedores más listos se lo atreverán a "partir" en trozos de los que algunos de los “amantes” del arte querrán componer
un puzzle?
Siempre tendiendo a reirme de las absurdidades, en el primer instante me he
reido, en el segundo he comenzado a sentir una especie de tristeza pensando en el
mundo en el que vivimos, en el que todo se comercializa y de todo se suele sacar un
provecho material. Tan pocas cosas quedan intactas para conservar su valor y virginidad.
Y no sé, qué es lo que es más triste, que hay aquellos que tienen tan poca vergüenza que se atreven a convertir lo eterno en nada, o lo que su producto encuentra a su comprador. Sinceramente creo que las dos cosas. Un mechero con
una imagen de “La noche estrellada” de Van Gogh ya es tan habitual para nosotros que
muchas veces ni nos damos cuenta de la falta de respeto que es. Porque vivimos en
una época cuando monetizar todo lo que se pueda es la prioridad número uno,
olvidando de una verdadera riqueza que ni se vende ni se compra, sino que se siente, se huele,
se roza, se contempla...
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