martes, 22 de agosto de 2017

Rozando el bienestar

Una de mis tareas pendientes de cada día es encontrar mi bienestar interior. No es lo mismo que estar cómoda, ni es estar a gusto en el momento, es algo más complejo y más difícil de conseguir. Porque curiosamente, mi propio bienestar depende del bienestar de todas las personas a las que quiero. Pocas veces consigo estar bien si sé que mis seres queridos no lo están y saber que no puedo aportar nada al bienestar suyo, me hace imposible esta tarea de estar bien conmigo misma. Así de complicado es este mecanismo de mi propio bienestar.

Esta tarde hablaba con mi padre, gracias a las tecnologías de hoy, le he podido ver en compañía de los amigos (una familia de los vecinos nuestros), de un perro y de un gran león de peluche que parecía aquel León (Lev) mío al que me regalaron cuando todavía era más grande que yo. A través de la cámara, se me ha transmitido todo el calor hogareño de una casa cálida con chimenea, el olor a los platos caseros y a un té con manzana y canela. Incluso he podido escuchar el susurro de miles de los saltamontes que acompañan las noches en esas tierras que todavía recuerdan lo que es paz. Y aquí, a miles de kilómetros de donde se ha quedado mi pasado, por las tardes me quedo escuchando por teléfono ese tímido canto que es la música de mi infancia.

Me hago más sensible cada vez que pienso de lo que pasó, cada vez que me veo tan aislada, en este mundo que acepta, pero no acoge... que quita, pero no da... cada vez que veo a las familias, a los padres, hijos, abuelos, que sí hablan diferente idioma, pero en el fondo son iguales a la mía, e igual como mis padres a mí, a sus hijos desean mucho más que “lo que sea”, “como sea”, “donde sea” o “con quien sea”. Padres que hicieron todo lo posible para que sus hijos pudiesen tener un buen start en la vida que está llena de los escenarios inesperados, imposibles de prever. Y ahora, más que a mi propia impotencia, me duele ver a mi padre sufrir por no poder cambiar nada, por no poder seguir siendo ese apoyo sólido que siempre ha sido para mí, aunque no dejo de hacerle sentir que lo sigue siendo, porque así es.

Pero más allá de estos pensamientos siempre dolorosos, los momentos en los que consigo casi tocar a lo mío, me llenan del calor que me falta tanto, porque cuatro años sin sentir el calor... es mucho. Sinceramente mucho. 


2 comentarios:

  1. Emocionalmente bello y poético. No es fácil transmitir un sentimiento con palabras. Tú lo haces.
    gracias.
    mi beso...

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