El día comenzó gris, con ataques
y golpes por todas partes, de esos que parece lo único que quieren es quitarte una
sonrisa. Iba resistiendo. Seguían y
parecían ganando, envolviéndome en ese aire que tenía secuestrado hasta el sol. Iba
caminando, casi corriendo, a la velocidad de los pensamientos del mismo color
gris que se apoderaban de mi mente. Pocas veces llego a sentirme tan vulnerable frente al
vorágine diario que hoy parecía acumular nada más que tensiones. Las tareas se
iban amontonando, las soluciones tardaban en llegar, las preguntas superaban las respuestas,
convirtiéndose en una bola de nieve que parecía no tener fin... hasta el
momento cuando me ví parada en un semáforo de la rotonda que atravieso
diariamente, que esconde una de esas maravillas que no sabes ni quien ni por qué
lo ha creado, pero parecen ser uno de esos divinos mensajes predestinados para quien lo necesite: un letrero anónimo que consta que “Todo va a ir bien”.
Todos los días de
todas las semanas y meses que llevo viviendo en esta ciudad no dejo de echar
una ojeada a estas palabras mágicas que tranquilizan, calman, acarician, animan e inspiran
para seguir adelante. Todos los días, salvo hoy, cuando ahí, esperando una señal
verde para cruzar la calle, estas palabras me parecieron una burla y, por
primera vez en estos años, no quise echarles caso ninguno. Todos conocemos esos momentos de bajón
importante cuando las manos se te bajan por si mismas, cuando todo parece ir en
contra. Y ahí estuve yo, parada por malos pensamientos, con una mirada dirigida al asfalto
y ni me he dado cuenta de hacer un gesto cerrando mi cara con las manos... cuando
de repente he oído una voz diciendo:
- –
Todo va a ir bien, no te preocupes...
Más que sorprendida, he girado la cabeza y he visto a una señora anciana de pelo gris, vestida de un abrigo rojo y una gorrita graciosa, que me
estaba mirando con una sonrisa de esas que te penetran en el corazón llenándolo
de alegría y paz. Ha conseguido lo imposible en menos de un segundo... he
sonreído:
– Piensa Usted que sí? – le he preguntado con una voz llena de
esperanza como si ella fuera una dueña de algún secreto universal que acabo de rozar.
- – Seguro que sí, con esos ojitos no puede ser de otra manera, hija.
Todo va a ir bien, mira por ahí, ¿ves? - ha señalado con la mano ese letrero mío. Tanto cariño había en esa voz
desconocida. Me he sorprendido, nunca he visto a nadie fijarse en ese cartel, y
ahora, en ese preciso instante cuando por primera vez me he negado a mirarlo, aparece alguien que me hace
recordar, creer, confiar y tener fé en esas palabras mágicas con las que me he reconciliado
en un segundo.
– Gracias... a veces se necesita
tanto que alguien te lo recuerde. – dije yo con tanto agradecimiento, dándome
cuenta de que el día gris ya se ha llenado del sol que ha salido entre las nubes y ya estaba inundando la calle con luz.
Seguí caminando... con una
sonrisa que no se me iba de la cara. Me sentí parte del universo que en ese
preciso instante me habló, me sonrió, me echó su mano y me hizo levantar
la cabeza con alegría y paz interior, porque sabía que todo va a ir bien. Y en
ese momento me pregunté: ¿cómo era posible que me había dejado llevar por esos
momentos de debilidad? ¿cómo es que no me dí cuenta de lo bonito que era el día?
Todos somos humanos y hay días en los que más que nunca necesitamos una señal, una palabra, una mano, ese abrazo cariñoso que aunque sea invisible pero sabes que siempre está y te calienta el corazón...
para poder seguir caminando, afrontando las lluvias y tormentas, pintando esos
cielos grises de los colores vivos, sintiendo cada momento, viviendo días como
si fueran versos, porque cada uno es único y esconde esa magia que nos sabe hablar, porque cada uno de ellos
merece ser vivido... con una sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario