martes, 9 de mayo de 2017

Las culpas y soledades

Siempre pensaba en lo relativamente fácil que lo deberían llevar aquellos que suelen culpar de sus penas a los demás. En efecto, qué fácil sería echar las culpas, darle nombre a cada una, enfadarse con otros, pasar por unos momentos de rabia y seguir llevando tu existencia como si el verdadero culpable no te acompañara a cada paso. Soy del lado contrario, de aquellos a los que les da asco verse en el espejo porque van a mirar a los ojos de una única persona culpable de todo lo que les sucede. En los momentos así, me acuerdo de todas esas personas que me "predecían" los fracasos y soledades, y más rabia comienzo a tener conmigo misma por ser incapaz de demostrar lo contrario, lo que no han tenido razón, lo que mi felicidad no es efímera, lo que el precio por sentir la vida no siempre es el vacío. Últimamente hablaba pocas veces con el papel, pero cada vez más me aseguro de que a la hora de soltar las penas, nada como las hojas blancas para aguantar esos momentos de debilidad nuestros que en la sociedad no suelen perdonarse. Somos todos extremadamente solos a la hora de soltar lagrimas.

Y pensando en las soledades, me doy cuenta de lo egoisticamente absurdo que es esperar que alguien sienta lo mismo que sentimos nosotros. Cuantas veces nos enfadamos por ver incumplidos nuestros deseos y esperanzas, olvidando de que somos nosotros sus dueños y no tienen por qué ser compartidos por nadie. Pero vamos tan centrados en complacer ese ¨yo¨ nuestro que nos cuesta aceptar la verdad, lo que nadie debe corresponder nuestras expectativas, ni sentimientos, ni menos compartir nuestras penas. Y no hay por qué tener miedo de esos momentos solitarios en los que el único abrazo que deberíamos darnos es el nuestro, porque la soledad se teme hasta que se percibe como algo innatural, mientras que es lo más natural del mundo.

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