Ayer, sentada frente al mar, en estas
preciosas tierras que me han albergado, tan distintas de aquellas a las que
pertenezco, estaba pensando: ¿si va a florecer y fructificar un árbol
desarraigado y replantado en unas tierras ajenas? Tal vez depende de su
especie. A veces me pregunto: ¿si realmente existe esa famosa especie del alma
eslava? tan bien investigada por los clásicos y grandes conocedores de nuestro
carácter como Tolstoy, Dostoyevskiy, Nabokov o Bulgakov entre muchos más... Y
no sólo los genios de literatura hacían intentos en este ámbito, sino también
los que se ocupaban de los problemas socio-psicológicos, aunque sus labores
fueron reconocidos en los tiempos lejanos soviéticos que hoy día nada más que
forman parte de nuestra historia común. Pues sean como sean sus conclusiones,
en una cosa coincidieron todos: comprender nuestra mentalidad con la mente
sería imposible, con el alma sí. Y si existe una especie del alma ucraniana...
diría yo que, para su portador, combatir con ella es igual de inútil como
combatir con las fuerzas de la naturaleza.
Las claves para conocer esta especie están
por todas partes. La riqueza y peculiaridad lingüística de cualquier lengua
también siempre esconde en sí unos elementos reveladores que caracterizan todo
el grupo de sus hablantes nativos. Así, por ejemplo, la frase “говорить по душам”
que podría traducirse al español como “hablar del alma al alma” y significa
llevar una conversación entre los dos (de esas conversaciones tan típicas
nuestras acompañadas por una taza de un té caliente) compartiendo todo lo que
tienen en el fondo más profundo de su ser, no la he encontrado en ninguna
otra lengua de las que hablo. Sin embargo, tenemos fama de ser reservados o
incluso “fríos”, no lo podríamos negar, pero y aquí se esconde una verdad bien
protegida de un ojo ajeno. Sí, nos cuesta abrirnos porque siempre supone riesgo
de sentirte desnudo en el medio de la calle, abrirse siempre es un acto que
requiere valentía. Y una vez que esa alma lo consigue, siempre sufre peligro de
cerrarse con la misma intensidad una vez se ha sentido expuesta a la
intemperie. Somos todos vulnerables al abrirnos, por eso cuesta tanto a dejar
abierta esa puerta a nuestro mundo interior. Los extremos de los sentimientos
son también algo que no nos es ajeno. Nuestra literatura abunde en ejemplos que
demuestran ese sentir con toda la entrega, odiar sin perdón, desear sin límites,
dejarse llevar por el fuego de la pasión sin miedo a quemarse, sufrir
profundamente en silencio, escuchar al otro sufriendo su dolor, o esa capacidad
de sacrificar todo menos el sentimiento. La apariencia suele engañar y detrás
de la fachada plácida y bajo la coraza dura, suele esconderse un sentir
absoluto. Siempre he pensado que las personas más fuertes son
contradictoriamente las que más sensibilidad tienen, porque sólo conoce el
verdadero valor del sentimiento aquel cuya fuerza interior se estaba consolidando
por los vientos fríos y tempestades de la vida. También porque aquel que se
atreve a sentir, bien sabe que el verdadero peligro está en no ser capáz de
sentir nada.
Y ahí mirando al mar... seguía pensando sobre
los rasgos de nuestra mentalidad especificamente ucraniana que, en su mayoría,
suelen ser cultivados más bien por un proceso ideológico y poco tienen que ver
con la mentalidad condicionada étnicamente. Los factores dominantes en este
caso por supuesto vuelven a referirnos a aquellas huellas que nos ha dejado el
período soviético y que siguen manifestándose en nuestros comportamientos del
día de hoy. Por otro lado, aquí es donde se choca lo incompatible, la
mentalidad soviética y postsoviética son dos cosas opuestas, contradictorias y
casi no tienen nada que ver una con la otra, aunque curiosamente conviven en
las mismas personas, en nosotros. Entre los factores “vivos” que pueden
influir en una formación de nuestro carácter peculiar, uno de los más potentes,
tal vez, es esa tendencia actual del estado ucraniano no tanto a existir como a
afirmar, comprobar o, incluso, a justificar su existencia. Los acontecimientos
históricos, por su parte, han cultivado en nosotros el sentimiento de la
dignidad que se manifiesta en esa aspiración extrema a la justicia que nos
empuja constantemente a buscar la Verdad. Si suponemos que existe una tal
transmisión genética de las experiencias acumuladas, el alma nuestra debería
representar entonces un conglomerado de las experiencias vividas y de sus
consecuencias grabadas en un fondo genético de cada uno de nosotros. En algún
sentido, tal vez, podríamos hablar sobre un síndrome postraumático de los
tamaños nacionales. Pero en fin, posiblemente no se trata de poner etiquetas,
sino que de darnos cuenta simplemente de que en realidad, no hay nada extraordinario
en nosotros, simplemente nos ha tocado y nos ha dado bastante, más de lo que
se puede aguantar sin cambiarnos y sin aprender a valorar la vida.
En cualquier caso, la noción de la mentalidad
es tan compleja que cualquier factor, aunque parezca insignificante a primera
vista, en realidad resulta de importancia determinante. Así, incluso las
condiciones climáticas o las peculiaridades del paisaje también determinan
ciertos rasgos que nos caracterizan. Los otoños con olor a la lluvia y los
inviernos crudos y duraderos favorecen a esa capacidad extrema de introversión
en la que caemos con tanta frecuencia. El ojo del alma eslava siempre es
introvertido, siempre está orientado a observar y analizar profundamente los
procesos que pasan muy por dentro. Mientras que esa ansia por la libertad y por
el individualismo libre se reflejan en unas olas verdes de las tierras fértiles
y en los horizontes inabarcables de las llanuras infinitas de nuestro
paisaje.
Otro rasgo indiscutible es la superioridad
del corazón sobre la racionalidad de la mente condicionada por ese querer vivir
el día de hoy con toda intensidad. Pero, con todo eso, tal vez, el rasgo más
benéfico y productivo para nosotros es nuestra capacidad de reirnos de sí mismos.
Sobre la ironía y el sentido de humor eslavos ha sido escrito mucho y es bien
sabido que forman parte de nuestra vida cotidiana o, a veces, incluso hasta
llegan a ser la única salvación de las realidades que afrontamos.
En fin, sean como sean los motivos de
ser como somos, todos hemos pasado por una buena escuela de la vida que nos
enseñó ternernos firmes en nuestros propios pies y nos inculcó esa fuerza
imprescindible que nos alimenta hoy día, estemos donde estemos...
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