viernes, 12 de agosto de 2016

Vivir en armonía



Ayer, caminando y perdiéndome deliberadamente en el laberinto de las callecitas estrechas de una ciudad mediterránea, estaba pensando... ¿cuánto en realidad creemos que vemos del nuestro alrededor? ¿cuánto nos conectamos con este bonito mundo que nos rodea? ¿cuántos pequeños detalles suelen escapar de nuestra vista? Cuantas maravillas perdemos por ir mirando al suelo y cuantos momentos mágicos dejamos desapercibidos por pensar que han sido nada más que fruto de nuestra imaginación. ¿Y si nos despertamos de nuestro adormecimiento y dejamos que todas estas pequeñas maravillas entren en nuestra vida? Veríamos de cuantos colores vivos está pintada nuestra realidad. Veríamos cuantos maticez del color azul puede tener el cielo. Notaríamos como cambia ese verde en los árboles con cada día que nos aproxima al otoño. Nos sorprenderíamos de la diversidad de las flores que habitan en nuestras ciudades. Cuando uno se asienta en algún sitio, dentro de poco ya acaba teniendo sus sitios y rutas diarias, que acaban siendo tan habituales para nosotros que casi dejamos de percibir su versatilidad. A cambio, algunos rituales cotidianos acaban convirtiéndose en costumbres que alimentan nuestro sentir de día a día. Así, por mi camino diario que me lleva al mar, suelo pasar por la misma tienda de ropa en la que entro nada más que por ese olor a pinos que habita en ella y que me provoca dulces recuerdos de infancia. Y así, caminando, me he dado cuenta de que todavía voy andando con el mismo ritmo con el que suelo andar a la facultad, como si tuviera prisa a recorrer estos rincones desconocidos. A veces simplemente olvidamos de pararnos y de salir de nuestro ensimismamiento para ver lo que está pasando fuera. ¿Y qué pasaría si contemplaramos un minuto los reflejos en esa lluvia de las pompas de jabón que echa un niño en el medio de la calle que cruzamos sumergidos en nuestro vorágine diario? ¿Que pasaría si observásemos esa pareja de dos pájaros blancos? que juraría que son los mismos que he visto hace un par de días y cuyos juegos afectuosos no se distinguen mucho de los comportamientos humanos. ¿Qué pasaría si por el camino a casa parasemos un minuto para contemplar el cielo nocturno en búsqueda de la Osa Menor? ¿Qué pasaría si caminando a lo largo de la orilla notaríamos como se reflejan las nubes en ese cristal de la arena mojada? ¿Qué pasaría si nos fijásemos un par de segundos en unas caras felices de aquellos dos enamorados que radian felicidad? Nos sentiríamos parte de todo ello y esa magia del momento penetraría en nuestro ser, porque cada minuto de nuestra existencia merece ser vivida intensamente. Y, finalmente, qué pasará si entramos en conexión con el Universo? Ayer he tenido una respuesta... caminando por la acera gris, mi vista ha atraído una pequeña hoja de un arbusto, colocada por el viento en un agujerito del asfalto, de forma curiosamente perfecta y virtuosamente pintado por la naturaleza de los colores llamativos... me he parado dos segundos para contemplarla, más un segundo para sonreir... he seguido caminando y a dos pasos... justo donde íba a pisar yo la tierra... con toda la fuerza ha caído una pelota pesada tirada de encima por los chiquillos jugando. No me habría hecho más que un daño poco agradable, pero aquellos tres segundos me han hecho evitarlo... Y así funciona el Universo, y así puede hablar con nosotros, y si vivimos en armonía con él, siempre nos lo va a agradecer. 


2 comentarios:

  1. No puedo decir más: sensible y excelente. Como tú.
    Un saludo y gracias...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti por seguir leyéndome. Tener un lector como tú es una apreciación más alta.

      Eliminar