Ayer, caminando y perdiéndome
deliberadamente en el laberinto de las callecitas estrechas de una ciudad
mediterránea, estaba pensando... ¿cuánto en realidad creemos que vemos del
nuestro alrededor? ¿cuánto nos conectamos con este bonito mundo que nos rodea?
¿cuántos pequeños detalles suelen escapar de nuestra vista? Cuantas maravillas
perdemos por ir mirando al suelo y cuantos momentos mágicos dejamos
desapercibidos por pensar que han sido nada más que fruto de nuestra
imaginación. ¿Y si nos despertamos de nuestro adormecimiento y dejamos que
todas estas pequeñas maravillas entren en nuestra vida? Veríamos de cuantos
colores vivos está pintada nuestra realidad. Veríamos cuantos maticez del color
azul puede tener el cielo. Notaríamos como cambia ese verde en los árboles con
cada día que nos aproxima al otoño. Nos sorprenderíamos de la diversidad de las
flores que habitan en nuestras ciudades. Cuando uno se asienta en algún sitio,
dentro de poco ya acaba teniendo sus sitios y rutas diarias, que acaban siendo
tan habituales para nosotros que casi dejamos de percibir su versatilidad. A cambio,
algunos rituales cotidianos acaban convirtiéndose en costumbres que alimentan
nuestro sentir de día a día. Así, por mi camino diario que me lleva al mar, suelo
pasar por la misma tienda de ropa en la que entro nada más que por ese olor a
pinos que habita en ella y que me provoca dulces recuerdos de infancia. Y así, caminando,
me he dado cuenta de que todavía voy andando con el mismo ritmo con el que suelo
andar a la facultad, como si tuviera prisa a recorrer estos rincones
desconocidos. A veces simplemente olvidamos de pararnos y de salir de nuestro
ensimismamiento para ver lo que está pasando fuera. ¿Y qué pasaría si
contemplaramos un minuto los reflejos en esa lluvia de las pompas de jabón que
echa un niño en el medio de la calle que cruzamos sumergidos en nuestro
vorágine diario? ¿Que pasaría si observásemos esa pareja de dos pájaros blancos?
que juraría que son los mismos que he visto hace un par de días y cuyos juegos
afectuosos no se distinguen mucho de los comportamientos humanos. ¿Qué pasaría
si por el camino a casa parasemos un minuto para contemplar el cielo nocturno
en búsqueda de la Osa Menor? ¿Qué pasaría si caminando a lo largo de la orilla
notaríamos como se reflejan las nubes en ese cristal de la arena mojada? ¿Qué
pasaría si nos fijásemos un par de segundos en unas caras felices de aquellos dos
enamorados que radian felicidad? Nos sentiríamos parte de todo ello y esa magia
del momento penetraría en nuestro ser, porque cada minuto de nuestra existencia
merece ser vivida intensamente. Y, finalmente, qué pasará si entramos en
conexión con el Universo? Ayer he tenido una respuesta... caminando por la
acera gris, mi vista ha atraído una pequeña hoja de un arbusto, colocada por el
viento en un agujerito del asfalto, de forma curiosamente perfecta y
virtuosamente pintado por la naturaleza de los colores llamativos... me he
parado dos segundos para contemplarla, más un segundo para sonreir...
he seguido caminando y a dos pasos... justo donde íba a pisar yo la tierra...
con toda la fuerza ha caído una pelota pesada tirada de encima por los
chiquillos jugando. No me habría hecho más que un daño poco agradable, pero
aquellos tres segundos me han hecho evitarlo... Y así funciona el Universo, y así
puede hablar con nosotros, y si vivimos en armonía con él, siempre nos lo va
a agradecer.
No puedo decir más: sensible y excelente. Como tú.
ResponderEliminarUn saludo y gracias...
Gracias a ti por seguir leyéndome. Tener un lector como tú es una apreciación más alta.
Eliminar